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El Telégrafo
Antonio Quezada Pavón

Sostenibilidad

30 de junio de 2016 - 00:00

Todos contribuimos al cambio climático. Nuestras acciones, preferencias y comportamientos nos han llevado a un incremento de la emisión de los gases invernadero. Es una realidad y una fuerte idea que puede tener la fuerza de hacernos sentir culpables cuando decidimos cómo debemos cambiar nuestro estilo de vida: a dónde viajar, cuán a menudo, el tipo de energía que debemos usar en nuestros hogares y lugares de trabajo. Ya hemos provocado un tremendo impacto negativo en el clima, pero es posible que aún tengamos una posibilidad de influenciar en la cantidad de cambio climático al que tendremos que adaptarnos en el futuro. Es por eso que la Espae Graduate School of Management, en la que enseño desde hace 34 años, ha decidido tomar la misión de incluir la sostenibilidad en los negocios, no solamente como parte de su pénsum académico, sino como una cruzada para que nuestros alumnos, futuros administradores de empresa, tomen en serio su responsabilidad frente a los grupos de interés y no solamente ante los accionistas, por los cambios del entorno climático a los que ya tendremos que ajustarnos; o en su defecto, continuar ignorando este problema, con lo cual tendremos que adaptarnos a más severos impactos del clima en el futuro. Y es nuestro deber hacerlo, independientemente de que los países con más alta emisión per cápita estén tomando otras decisiones por nosotros. Los cambios extremos de clima en algunas partes del mundo que tienen buena infraestructura, con gente muy bien asegurada, pueden ser molestosos, costosos y causar algunas muertes. Pero si lo mismo ocurre en otras partes del mundo (y ya lo vivimos con el pasado terremoto) con muy pobre infraestructura y gente sin casi ningún tipo de seguro, el mismo cambio climático puede ser devastador, causando pérdidas significativas de hogares y una cantidad significativa de muertes. Mundialmente advocamos porque el incremento de temperatura promedio no sea mayor de 2 grados centígrados, sin embargo, ya se nos vino encima y la nueva meta es contenerla dentro de los 4 grados. Si llegamos a esta temperatura promedio, los mares que tienen mayor inercia térmica que la Tierra tendrán una temperatura promedio menor que en los continentes. Pero los seres humanos no experimentamos temperaturas promedio globales; tenemos días calurosos, días fríos, días lluviosos y así por el estilo. De esta manera, en una ciudad con un sol radiante sobre una masa de vidrio y concreto, con los 4 grados de temperatura promedio incrementales, vamos a soportar 6, 8, 10 y hasta 12 grados más calientes de temperatura. A eso tendremos que adaptarnos. Y no serán solamente temperaturas extremas, sino mayores tormentas y otros impactos que afectarán nuestras carreteras, trenes, puertos, plantas de generación de energía que, se supone, son enfriadas por agua de cierta temperatura. En forma indirecta se afectarán las cosechas como el maíz, que podría reducirse en un 40%, y la de arroz sería un 30% menor, lo cual sería tremendo para la seguridad alimentaria global. Este escenario de un incremento de 4 grados sería incompatible con la forma de vida organizada en el mundo.

Pero esto pone una presión en las naciones ricas, pues, de acuerdo al economista Nicholas Stern, estos países deben reducir inmediatamente el 10% de emisiones por año para evitar que topemos el límite de los 2 grados. Se supone que la reducción de un 1% de emisiones está directamente relacionada con una recesión económica. Y ese es el dilema ético, pues el control de las emisiones y la contención del cambio climático ponen un reto muy grande al crecimiento económico global, puesto que nuestra infraestructura -alta en carbón- provoca que si nuestras economías crecen, también nuestras emisiones. (O)

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