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El Telégrafo
Antonio Quezada Pavón

Sin innovación no hay suficiente crecimiento

04 de agosto de 2016 - 00:00

Mi bisabuela, guayaquileña de nacimiento, viajó por primera vez a Quito (donde finalmente se casó y estableció) al final del siglo XIX, usando una carroza tirada por caballos, denominada ‘La Rápida’, que viajaba a una centésima de la velocidad del sonido. Sesenta años después regresó a su ciudad natal en un Boeing 707 que alcanzaba 80% la velocidad del sonido. Ese mismo período fue el de más alto crecimiento en el mundo que parece que se está acabando.

Las razones son muy claras y no aceptan controversia: los problemas demográficos, la educación, la deuda y la desigualdad. Son factores tan poderosos que han cortado el crecimiento a la mitad, de tal manera que necesitaríamos mucha innovación para revertir este declinamiento. Y aquí viene un tema muy interesante: si se mantiene la innovación en la misma forma como lo ha sido en los últimos 150 años, pero con los vientos en contra provocados por los factores mencionados, el crecimiento esperado se cortará a la mitad; y si la innovación decae, con menos inventos grandiosos, el crecimiento será mucho menor todavía.

Miremos la historia de la humanidad desde el siglo XII al XXI. En los primeros cuatro siglos casi no hubo crecimiento e innovación. En el siglo XVII arranca en Inglaterra la Revolución Industrial, la cual domina hasta el siglo XX,  donde toma la posta Estados Unidos de Norteamérica  y maximiza el crecimiento al 2% anual en las décadas de 1930, 40 y 50. Pero a partir de los 60 empieza a desacelerarse y hasta podría ser negativo. Con 2% de crecimiento se cuadruplica el nivel de vida en 70 años. Pero es un objetivo muy difícil de mantener debido a los factores negativos.

La demografía actual hace que la productividad individual (que crecía a inicios del siglo pasado) y mejoró con la incorporación de la mujer a la fuerza laboral, ahora está disminuyendo por el desempleo y retiro voluntario de los más capacitados y educados. Y si hablamos de educación, especialmente universitaria, pese a los esfuerzos de los últimos años, sigue siendo cara y selectiva. Y el siglo XXI nos agarró haciendo que la economía crezca con un sobreendeudamiento masivo de los consumidores, que finalmente se ha reflejado en una carga muy grande de deuda estatal (y es a nivel mundial) por lo cual la recuperación económica se ha vuelto tan lenta, a menos que nos exijan más impuestos o una reducción de los derechos y subsidios. Y finalmente tenemos la inequidad.

Históricamente el 99% de la población más pobre ha tenido un crecimiento 25% menor que el 1% más privilegiado y eso pone una presión muy grande en el crecimiento y especialmente en la innovación con sostenibilidad. Los grandes inventos del siglo XX: la electricidad, el motor de combustión interna, la canalización de agua potable y servida y la realidad de que los ambientes urbanos hacen que la gente sea más productiva que los campesinos, han hecho que nuestra calidad y nivel de vida sea más alto y más sano. Pero por cualquier razón que sea, desigualdad o desastres naturales, los beneficios de estos inventos todavía tienen que ser explotados por la humanidad, pues son nulos o escasos para gran parte de la población mundial.

Y nos deja la pregunta: ¿Podrá la revolución electrónica y tecnológica impulsar la innovación y el crecimiento? El problema es que estos nuevos inventos deberán superar a los del siglo pasado para lograr realmente un crecimiento significativo similar o mayor al 2% anual. Podemos vivir sin Google, WhatsApp y Wikipedia, pero ya vimos en nuestro terrible terremoto reciente que es difícil aceptar privarnos más de una semana de electricidad, agua corriente, ventilación, gasolina para los vehículos y eventualmente el servicio telefónico celular. Las nuevas innovaciones tecnológicas realmente tienen que superar esta realidad. (O)

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