El 20 de enero de 2021 el mundo era testigo de la posesión de Kamala Harris, primera mujer vicepresidenta de los Estados Unidos de Norteamérica. Hace pocos días, Xiomara Castro fue posesionada como la primera presidenta de Honduras; y en Chile, Gabriel Boric (37 años), posesionó a su gabinete, en su mayoría compuesto por mujeres.
Este último hecho fue recogido como positivo por varios de nuestros políticos, pero eso sí, sin ceder un milímetro de espacio a los liderazgos femeninos que tienen en frente, ni reconocerlos, porque asumen que debemos acompañarlos, pero no disputar su sitio.
En América, un continente profundamente machista es común que los ascensos de mujeres a espacios de poder sean novedosos, puesto que, en el cerrado círculo político se piensa en el líder en masculino, se piden candidatos en masculino, se convocan unidades en torno al elegido, en masculino.
Tanto así que algunos analistas políticos, particularmente en Quito, siguen pensando que nosotras debemos estar en la banca de suplentes, calentando, como en un partido de fútbol, porque nos “dejan” jugar 15 minutos y no todo el partido; cuando estamos preparadas para ganar más de un campeonato.
Sin embargo, esa visión sesgada nos motiva a ser aún más resilientes, aún más recursivas, a trabajar el doble o demostrar el triple, porque sabemos que si una de nosotras abre el camino, nuestras niñas podrán soñar en dirigir una nación.
Las mujeres formadas para la política y con ganas de trasformar el mundo, no podemos ser elementos decorativos, nos negamos a estar destinadas a la banca de suplentes, porque es el siglo de nuestras conquistas, porque hemos demostrado que las mayores crisis han sido mejor gestionadas por mujeres, porque aprendimos que es posible abandonar el poder con aplausos como lo hizo Ángela Merkel en Alemania, porque después de la pandemia necesitamos sanar a nuestra sociedad y la política no solo requiere de fuerza sino de firmeza y equilibrios.
