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Al hacer caso omiso de la cautela y las críticas, en cualquier período histórico, solo hay pocos hombres que doblegan la realidad a su alrededor. No son los únicos, Donald Trump, Presidente de los Estados Unidos y Elon Musk; visionarios, volátiles, temerarios, esclavos de las redes sociales, amigos del desafío y ahora distanciados a través del discurso porque ellas-las palabras- definen la realidad y no se las lleva el viento…
Por sus afirmaciones, la visión de Musk va mucho más allá de Washington. “Al final, toda la vida en la Tierra será destruida por el Sol”, dijo a Fox el mes pasado. “El Sol se expande gradualmente, por lo que en algún momento necesitaremos ser una civilización multi planetaria, porque la Tierra será incinerada”.
Basado en su teoría, hace 23 años, este hombre difícil y complejo que escapó de sus tiránicos padres y emigró de Sudáfrica a Canadá a los 17 años, tomó la decisión de ir a Marte; su primer paso hacia la colonización interestelar porque cree que la exploración espacial conducirá a un proceso de renovación psicológica masiva. “Estados Unidos”, dice, “es literalmente una destilación del espíritu humano de exploración. Esta es una tierra de aventureros”. Parecería que su objetivo, no sólo es salvar a la humanidad de la futura pérdida de nuestro planeta, sino también del letargo.
Los dos, con poder económico y político, han construido una reputación de excentricidad. Este tipo de personalidades no aparecen muy a menudo, y su influencia no necesariamente es perdurable. “Ser presidente no cambia quién eres, sino que revela quién eres”, dijo Michelle Obama. Lo mismo puede decirse- al parecer- de ser el mejor amigo del presidente, aunque sea fugazmente. Es de optimistas pensar que ellos y no otros -equivocados o no- piensan en un mundo mejor, diferente al suyo y al nuestro.
A pesar de las sombras, de la imposición de máquinas y de la Inteligencia Artificial, está el ser humano. Permanecerá mientras dure lo que merece la pena perdurar porque en algún rincón del planeta habrá alguien que ofrecerá ofrendas a los demás, a través de sueños escritos, de trazos apurados, un rasgo emocional, un pensamiento equilibrado, moderado, intuido o fruto de la reflexión, la conjunción acertada y cierta de términos significantes, el grito o una canción de amor por un amor manifiesto o encapsulado... serán suficientes para argumentar una historia, quizás para cambiarlo todo, porque la verdad y la palabra viven, habitan, mueven y conmueven. No tienen precio.
Con ellos o sin ellos, la humanidad se enfrenta ante el indicio de un mundo nuevo, preludio inequívoco de inspirados hallazgos. El cambio de paradigma, famoso como incierto-está aquí-en el presente.