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El Telégrafo
 Pablo Salgado, escritor y periodista

Si una librería cierra, hay que abrirla

17 de julio de 2015

Apenas se conoció la noticia, comenzaron los lamentos.  Todos se sentían “profundamente apenados” por el cierre. Todos empezaron a contar sus historias personales: que  uno aprendió a querer los libros precisamente en ese espacio; que otro se formó como librero; que otro se enamoró; que otro se robó unos cuantos libros. En fin, todos coincidían en que el anunciado cierre de Libri Mundi, de la Mariscal -Juan León Mera 851- era una triste noticia para la cultura.  

Ciertamente todos tenemos una historia personal con esa librería, sin duda emblemática para la ciudad. La fundó un alemán: Enrique Grosse-Luermen -altísimo, flaco, churón y buena gente- en 1971. Recordemos que las primeras grandes librerías de Quito la fundaron alemanes: La Católica, La Internacional, La Científica y Su Librería. Pero Libri Mundi fue más que una librería, fue un centro cultural, con Art Forum, y editorial, con Ediciones Librimundi. Y su vínculo con la ciudad fue siempre cercano, íntimo.

Podemos encontrar decenas de razones para su cierre, aunque también todos sabemos que a partir de la venta que hizo la fotógrafa Marcela García, quien la heredó de su esposo Enrique, fallecido prematuramente en 1990, al grupo Dalmau, empezó su declive, pues se fue llenando de libros ‘comerciales’ y se fue evaporando ese espíritu de pasión incondicional por el libro. Sin duda, una es la pasión por el libro y la lectura y otra es la pasión por los negocios.

Es evidente el deterioro del sector de La Mariscal, pero antes, cuando nació la librería, ya era un barrio difícil y conflictivo. Por eso quizá la propia Marcela García dio la respuesta cuando, al enterarse de la noticia, dijo: “Los dueños anteriores no supieron mantener la altura, la calidad y el prestigio del negocio para atraer a la gente permanentemente”. Así de claro.

Y también es cierto que no se han generado políticas públicas para el fomento del libro y la lectura. Que, en ocho años, el Gobierno Nacional no ha sido capaz de estructurar un plan nacional de lectura, y ni se diga reformar una ley del libro, obsoleta y caduca.  

Ahora que todos los ministros, desesperados y obligados, intentan generar diálogos en sus sectores, sería bueno que también, más allá del mero discurso y la demagogia, se estructuren al fin políticas de fomento al libro y la lectura.  Qué bueno sería, por ejemplo, que el Presidente y sus ministros leyeran la Carta de la Unesco de 1971, que propone la creación de una vigorosa industria editorial, como requisito indispensable para el desarrollo nacional. En lenguaje de hoy sería: indispensable para el cambio de matriz productiva.

Y como bien señala Paola de la Vega, que se cierre una librería, más aún emblemática, es sin duda sintomático. Por ejemplo, lo que más se ha cerrado en España, con las políticas neoliberales del PP, son librerías y salas de cine.

Pero también hay responsabilidades en los lectores, es decir en los ciudadanos que, en ocasiones, no sabemos cuidar nuestros espacios culturales y solo atinamos a lamentarnos cuando ya es tarde. Hay que acudir al teatro, al cine, a las librerías. O quizá, como propone Alexis Ponce, si un espacio cultural se cierra, los ciudadanos debemos abrirlo. Por ahora, estoy convencido de que si un libro se cierra, seguro habrá un nuevo lector que volverá a abrirlo. (O)

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