En 1975, Michel Foucault describió a la izquierda europea. Lo hizo en una entrevista concedida a los periodistas brasileños C. Bojunga y R. Lobo. Y pasó a ser una pieza antológica de su pensamiento sobre el problema del poder.
Lo más destacable y que adquiere actualidad, en nuestro país, es esa lucha contra los ‘pequeños poderes’ que establece cierta izquierda y no contra los poderes estructurales. Y por cuestionar eso, maoístas y otros revisionistas lo tacharon de reaccionario, entre otras cosas. Al analizar esta realidad, el filósofo francés es luminoso: “Privilegiar la lucha a nivel de todo el cuerpo social, en contra de los pequeños poderes, y en detrimento de las grandes luchas tradicionales, por ejemplo, por independencia nacional o en contra de la opresión, etc. ¿no se convierte entonces en una especie de maniobra de ditracción o de ‘diversión’?”. Y acota lo de fondo, que podría entenderse con lo que hacen ahora algunos dirigentes y gremios: “No plantear esos problemas, ¿no terminaría entonces llevándonos otra vez, al interior de los grupos más avanzados, a reproducir los mismos tipos de jerarquía, de autoridad, de dependencia y de dominación?”.
Parecería que ahora hay un ‘despiste’ en la ‘izquierda’ ecuatoriana por la existencia de un gobierno y un proyecto que concretaron muchas de sus luchas desde el poder político, sin concesiones a los poderes económicos, empresariales y fácticos (medios y grupos corporativos). Si Foucault estuviese en esta coyuntura ecuatoriana, quizá tendría muchas más ideas y sugerencias sobre el devenir de la transformación para forjar otras formas y vías de revolucionar la sociedad.
Pero si Foucault estuviese por acá, sería tratado con el mismo lenguaje y calificativos de quienes ahora se consideran los ‘animales puros’ de la izquierda. “Yo no reproducía las señales tradicionales de un pensamiento de izquierda, porque mis trabajos no tenían notas al pie de página diciendo ‘Como ha dicho Carlos Marx’, ‘Como dijo Engels’ o ‘Como dijo el genial Stalin’”, dice el pensador sobre el comportamiento de esos intelectuales y dirigentes de ese entonces, de quienes son casi calco y copia los actuales. La diferencia es que ahora se sonrojan de citar a los clásicos del marxismo y se sienten más cómodos reuniéndose con Mauricio Rodas o Jaime Nebot, o de votar en contra de una resolución legislativa a favor de Palestina o, por qué no, aplaudir la tarea banal y reaccionaria de ciertos periódicos comerciales y privados.
La izquierda, por definición, es revolucionaria y debe revolucionarse a sí misma todo el tiempo. No puede confundir sus principios por defender ‘pequeños poderes’ y coincidir de modo perverso con aquellos supuestos aliados coyunturales. Si la Revolución tiene algo por hacer en adelante es revolucionarse en sus prácticas y pensamientos más ‘obvios’.