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El Telégrafo
Mariana Velasco

Si fuera salmón…

11 de enero de 2023

Si fuera un salmón, moriría por mi cría. Como ser humano, lo haría. Principio del formulario

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Los salmones deben saber que están cerca del final de sus vidas, así que nadan río arriba con lo último de su energía. Ahí, las hembras de salmón encuentran un lugar seguro para construir un nido, que hacen con sus colas, moviendo el barro y las rocas para edificar un hogar casi perfecto. Es entonces cuando los machos vienen a cortejar y, cuando la hembra da el sí a uno de ellos que le gusta, pone sus huevos en su nido y éste los fertiliza.

La hembra, que se queda sola con sus huevos recién incubados, se tumba encima o al lado de su nido y muere para que los nutrientes de su cuerpo puedan alimentar a sus crías. Literalmente, muere por ellos. ¡Increíble!

La primera y única vez embarazada, sentí —con angustia— cómo estuve a un tris de perder al hijo deseado. Aquella madrugada, mi negación fue muy fuerte. Sentía que algo no iba bien y junto con mi esposo, abrigamos la esperanza de que todo saliera bien. Teníamos conciencia qué, ante una emergencia, cuatro horas, nos alejaban de la capital de la República.

Si hubiera podido morir y entregar mi cuerpo para conservar a mi hijo en el vientre, lo habría hecho. En los días posteriores, la vida continuó nadando en aguas obscuras, en medio de remolinos, incertidumbres y temores, preguntándome en qué me había equivocado.

Completar un nuevo día era arañar un desafío para llegar a los siete meses y no se diga a los nueve. En términos de salmón: había estado nadando a contracorriente en tacones y ropa formal en los trabajos y cuando llegó el momento de tener un bebé, el río me dijo que tenía que dejar todo eso. Me sentí como pez conmocionado.

Mi hijo nació en septiembre. La familia pronto significó para nosotros algo completamente diferente. La supervivencia nos parecía más real que nunca. Nos  convertimos en una familia sólida en nuestro nido y nos mantuvimos tan seguros como pudimos.

Yo, que nunca había sido la constructora de un nido, ahora movía tierra y piedras para hacer de nuestro hogar una morada segura y acogedora. Fue cuando - de verdad- me enamoré de mi hijo. Su cuna siempre estuvo del lado mío de la cama para alimentarlo y para que su papá no perdiera tanto sueño como yo.

Toda madre aprende con sus hijos como yo con el mío, igual que los salmones vuelven años después a desovar en el mismo arroyo donde nacieron. Supongo que hay una atracción natural por volver al lugar de donde viniste, cuando estás preparado para hacer la vida por ti mismo.

Alimenté a mi bebé con mi cuerpo. Lo entiendo, salmón. Damos todo para ayudar a sobrevivir y prosperar a ese ser que amamos. Y sé que para algunos padres es la leche artificial; para otros, la leche materna de otra persona. Para mí y mi hijo, fueron mis pechos.

Y como el tiempo no se detiene…Momento de regresar al trabajo. Las emociones  afloran al dejar a mi guagua en otros brazos que no fueran los míos además de extraer la leche materna, dejar el sustento de mi hijo y lograr que tomara el biberón, sin la fuente original de leche a la vista.  Y para cualquiera que ahora mismo lee este artículo  o pueda  escucharme,’’ ¡Lo está haciendo muy bien!”.

Pocos días después de ver desovar a los salmones, estaba claro que mi hijo había terminado de alimentarse de mi pecho. Yo, con cierto grado de culpabilidad, asumía que mi viaje a Egipto, fue el responsable de ese quiebre. Había tristeza por no mostrar ese tipo de amor físico y alimentar el cuerpo de mi retoño con el mío propio.

Al imaginarme la eclosión de un huevo de salmón, me pregunto: ¿sabe esta nueva cría de pez que las espinas que tiene cerca pertenecían a su madre? ¿Que ella dio su cuerpo para que sus hijos pudieran vivir? ¿O acaso la cría se aleja nadando, preguntándose qué es ese olor, para darse cuenta más tarde, al final de su vida, de que ahora se le pide lo mismo?

En realidad tengo que morir por esta nueva vida que estoy creando. Lo que debe significar que mi madre también tuvo que nadar río arriba y morir por mí.

Esta hermosa tradición del desove es algo que se me quedará grabado. La mayoría de los días me siento completamente irreconocible en comparación con la persona que fuí hace treinta y un años. Pero cuando mi primogénito es por segunda vez padre, o baila conmigo bachata, pienso: !Ah, ahí estoy!

He muerto varias veces por mi sucesor, y solo puedo imaginar cuántas veces tuvo que morir mi propia madre por mí. Pero estoy preparada. Nadar es difícil pero la vida que  doy a mi hijo —a cualquier precio para mi cuerpo, mi cordura y mi orgullo— es la mejor manera de morir.

 

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