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Alfredo Vera

Si el papa Francisco quisiera…

18 de marzo de 2014

El Gobierno de Estados Unidos se ha quitado la máscara y se declara sin pudor el principal enemigo del proceso bolivariano de Venezuela y del gobierno de Nicolás Maduro.

Venezuela está afectada por un descarado desate de violencia que provoca muertes y heridos, generados por grupos fascistas minúsculos que han inventado unos mecanismos para aterrorizar a la población con la llamadas ‘guarimbas’, que consiste en levantar barricadas, destruir locales a pedradas, incendiar vehículos, maderas, basura y sembrar temor y terror a los vecinos, con el ánimo de provocar muertes entre todos los niveles ciudadanos.

A esto se agrega el acaparamiento de productos vitales y el sabotaje a los mecanismos de distribución para exacerbar la impaciencia humana, provocar la desestabilización del régimen y tratar de convertir a Venezuela en la Siria latinoamericana.

Unasur resolvió, con el beneplácito de Venezuela, enviar a un amplio grupo de ministros de Estado (cancilleres) a Caracas para sentar a los representantes de la oposición frente al Gobierno a ventilar y establecer compromisos para entablar un diálogo pacífico y solucionar los puntos conflictivos, que provocan la virulencia en la protesta.

Pero no es seguro que la Unasur pueda, a lo interno de Venezuela, competir con la influencia que ejerce la CIA y el gobierno de Obama, con plata y persona, en la oposición venezolana, que usa la violencia irracional y ciega, para desestabilizar al país.

Aunque a los cancilleres de Unasur les sobre legitimidad y capacidad para cumplir el cometido, es obvio que la fuerza y autoridad moral con la que actuarán a lo mejor no es suficiente para detener la vorágine de la violencia ya desatada.

¿Quién podría estar de igual a igual, compitiendo contra esa influencia de Obama y poder llegar a conseguir la paz, la armonía y el diálogo pacífico?

Después de leer un reciente artículo de Adolfo Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz, desde esta modesta columna nos atrevemos a proponer que hagamos fuerza y gestiones a todo nivel continental, para que ese sacerdote argentino, que adoptó el nombre simbólico de Francisco, viaje a Venezuela para contrapesar la nociva influencia que desde Washington descaradamente irradia quien defraudó a la humanidad progresista y se alineó con el fascismo internacional: Obama.

Si Francisco quisiera, él podría ayudar a cumplir una noble misión de paz, sin parcializarse políticamente, y conseguir evitar que continúe el desangre criminal.

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