Hemos celebrado el 481 aniversario de la fundación española de Guayaquil, años más o menos de la realidad histórica, nos hemos acostumbrado a que sea el 25 de julio de 1535 la fecha del asentamiento de esta urbe. Y hemos tenido de todo y hasta por duplicado: dos discursos de orden, del burgomaestre y del Vicepresidente de la República; dos desfiles, y así por el estilo. Nos olvidamos de la crisis y dimos paso a la alegría.
El Gobierno central y el Municipio reclamaron el derecho a ser los que más han invertido y han hecho obras por esta ciudad que es mi hogar desde hace 39 años. Y a pesar de que el Municipio declara que está inaugurando 423 nuevas obras y que el gobierno de la Revolución Ciudadana indica que invirtió 5.840 millones de dólares en obras con enfoque social desde 2008, miro con envidia (y no es realmente de la sana) que otras ciudades están encarando soluciones a sus lacerantes problemas con mucha más visión social. Y uno de esos problemas es la seguridad, de la cual se olvidaron de hablar en los elocuentes discursos de celebración.
La gente vive ahora en las zonas urbanas y en el mundo se conoce que las ciudades del Norte: Norteamérica, Europa Occidental, Australia y Japón, la violencia se ha reducido a los niveles más bajos de la historia. Y es por eso que los entusiastas en el manejo de estas ciudades consideran que es un triunfo citadino de las clases creativas y que sus alcaldes deberían gobernar el mundo. Y sinceramente creo que sería una buena tendencia. Pero hay un ligero problema, que analizando las ciudades del Sur: Latinoamérica, África y Asia, encontramos que la violencia se ha acelerado y es donde la infraestructura es escasa y donde la gobernabilidad es todavía una aspiración y no una realidad.
Nuestras ciudades son frágiles, lo cual definirá su futuro de orden o desorden. Donde las mayores acciones estarán concentradas en pelear por el desarrollo, que puede ser definido como la erradicación de la pobreza, el proporcionar cuidado universal de la salud y aun detener los efectos de la contaminación y del cambio climático. Y esta pelea se dará para ganar o perder en las favelas e invasiones de nuestras ciudades. Cuarenta de las cincuenta ciudades más peligrosas del mundo están en Latinoamérica y Ecuador tiene dos de ellas con una población de más de un millón y con una tasa de homicidios de 10 a 50 por cada 100.000 habitantes, mientras que el promedio global es menor a 8.
Una de las mayores causas es la urbanización que se expande en forma desordenada y con muy poca equidad. Para 2050 creceremos de 7.300 millones de personas en el mundo a 9.600 millones. La urbanización afectará a las ciudades del Sur y Ecuador y Guayaquil no serán la excepción. Y esto viene de la mano con el abultamiento de la juventud, que podría ser bueno, pues significa menor tasa de mortalidad infantil. Pero es algo que hay que tomar en cuenta, pues el incremento de gente joven en ciudades frágiles del Sur, como la nuestra, es mucho mayor que en las ciudades del Norte, que son más saludables y ricas. Normalmente 75% de la población en nuestras ciudades es menor de 30 años y fácilmente la edad promedio rodea los 16 años, mientras que en la muy segura Tokio es de 46 años.
El crecimiento de la población joven y urbana no necesariamente predice violencia, a menos que esté combinada con desempleo y carencia de educación. Observen a un joven varón de cualquiera de las minorías étnicas de Guayaquil que tiene estos factores de riesgo; además, lo rociamos con algo de drogas, alcohol y armas, y tenemos una correlación terrible con el aumento de la inseguridad. Y esto tiene que ser tomado en cuenta por todas nuestras autoridades. (O)
