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Antonio Quezada Pavón

Río 2016

25 de agosto de 2016

Estuve prendido del televisor desde la fastuosa inauguración de los Juegos Olímpicos Río 2016 y apenas tenía tiempo (aun restándolo a mis tareas académicas) seguía la transmisión de algunos de los 42 deportes en los que participaban 11.000 atletas de más de 200 países de todo el planeta. Durante 19 días el mundo estuvo pendiente de las 306 pruebas donde se disputaban 2.012 medallas de oro, plata y bronce; 136 pruebas femeninas, 161 masculinas y 9 mixtas.

Es sin duda el evento deportivo más importante, y de lejos, el que más atrae la atención mundial. Los Juegos Olímpicos se originaron en la antigua Grecia hace 3.000 años y fueron revividos al final del siglo 19 por iniciativa del Barón Pierre de Coubertin. Desde el siglo 8 a.C. al siglo 4 d.C. los juegos se celebraron cada cuatro años en la ciudad de Olimpia, en la parte occidental del Peloponeso en honor del dios Zeus y dio origen a su nombre de Olimpiadas. Los primeros juegos modernos se realizaron en Atenas en 1896 con 280 participantes de 13 naciones compitiendo en 43 eventos. La leyenda nos cuenta que Hércules, hijo de Zeus y de la mujer mortal Alcmena, fundó los Juegos que se realizaban entre el 6 de agosto y el 6 de septiembre durante el festival religioso. Una de las más vibrantes competencias es la maratón olímpica, que recuerda la ruta de 25 millas recorridas por un soldado griego entre Maratón y Atenas para anunciar la victoria sobre los persas. Desde 1924 se ha estandarizado su distancia en 26 millas y 385 yardas (42.195 metros).

Solamente Brasil ha podido en Sudamérica optar por la sede de estos juegos y, a pesar de sus problemas sociales, políticos y económicos, nos ha dejado un gran legado al ofrecernos estas magníficas competencias en representación de todos los latinoamericanos. En primer lugar, Río 2016 nos ha demostrado cómo transformar la educación para beneficio de nuestros alumnos, mediante la enseñanza de los valores olímpicos y paralímpicos en nuestras escuelas. Los profesores tenemos acceso a material de apoyo con sugerencias de actividades para pensar ya no en Tokio 2020, sino en hacer de la preparación olímpica una cultura que nazca desde la temprana infancia de nuestros muchachos para inculcarles deporte, trabajo y disciplina.

Así mismo, nos presenta un modelo de transparencia en gestión y organización, donde 30 millones de ítems fueron adquiridos por el Comité Organizador con absoluta honestidad, a pesar de estar los brasileños agobiados por las denuncias de corrupción. Indudablemente los cariocas y brasileños en general no iban a dejar pasar esta costosa inversión, sin presentar su CULTURA (en mayúsculas) como la primera anfitriona del país. El programa Celebra promovió intervenciones artísticas que representaban la diversidad cultural brasileña con una ocupación inédita de calles, parques, plazas y playas de la ciudad. Las ceremonias de apertura y clausura de los juegos fueron excelentes ejemplos de este programa cultural. Por primera vez el reclutamiento de voluntarios favoreció intensamente a los sudamericanos y permitió que un gran contingente de nuestra gente apoye a su organización y gane una experiencia inolvidable.

Finalmente, y muy importante, la sostenibilidad estuvo presente en diversos momentos de Río 2016. No en vano Brasil es el pulmón del mundo, por lo cual cumplió con su meta de entregar Juegos responsables con el medio ambiente y las personas. La sostenibilidad se insertó en el ADN de la organización, manejando cuidadosamente la economía local, la diversidad entre los colaboradores, la protección de la fauna y flora locales y el cuidado con las emisiones de gas carbónico. Río 2016 va a ser un ejemplo muy difícil de imitar y superar. (O)

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