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El Telégrafo
Ximena Ortiz Crespo

Reírse en tiempos difíciles

21 de agosto de 2021

Reírnos durante la COVID-19 ha sido indispensable para mantener el equilibrio. Y la sal quiteña no ha faltado para seguir a flote. Hemos pasado cantidad de tiempo bromeando sobre los usos del alcohol, las canciones infantiles para lavarse las manos y cómo resultan los cortes de pelo caseros. Pero ¿qué nos hace cambiar tan rápidamente entre el pánico por el número de muertos y reírnos con un video recibido? El humor puede jugar un papel clave para ayudar a recuperarnos de una situación difícil, lo que explica nuestra tendencia a buscar la broma para tener una sensación de bienestar físico y mental.

Durante la pandemia nos hemos visto obligados a reírnos aún de nosotros mismos. Acordémonos de los videos de cómo desaparecía el papel higiénico de las repisas de los supermercados. O cuando contestábamos llamadas que nos sorprendían sin peinarnos y en fachas porque eran de video. O cuando no sabíamos qué día era ni cuál era la agenda que íbamos a seguir. O cuando no podíamos mantenernos despiertos por habernos pasado hasta la madrugada viendo películas en Netflix. De manera que nos vimos obligados a usar el calendario y a establecer horarios de sueño como los que usábamos antes.

Cuando caímos en cuenta de que la cosa iba para largo, aprendimos que, a pesar de nuestra planificación cuidadosa, no alcanzábamos a hacer todo lo que nos proponíamos en cuanto al arreglo de la casa, la limpieza y el mantenimiento. Hacíamos piruetas con los asuntos domésticos en el poco tiempo que quedaba libre por las más de ocho horas diarias dedicadas al teletrabajo. Una de las primeras tareas fue establecer protocolos sanitarios para nosotros mismos y para las personas que eventualmente pudieran ingresar a nuestros hogares. Era chistoso cómo nos bañábamos en desinfectante igual que hacíamos con las compras del mercado. Y un estudio filosófico era establecer qué era lo más efectivo entre alcohol, gel, agua hidrolizada, cloro, lejía, amonio cuaternario cuando no usábamos todo a la vez...

Han cambiado nuestros hábitos. Antes de la pandemia, cuando nuestra amiga nos invitaba, nos resultaba extraño que nos hiciera sacar los zapatos al llegar a su departamento para luego proveernos de unas mullidas medias. En nuestros adentros hacíamos cálculos del tiempo que le tomaba lavar las medias de sus huéspedes, pero al mismo tiempo nos invadía una sensación de seguridad. Considerábamos que estábamos siendo parte de un ritual asiático. Pero veíamos su mejor consecuencia práctica: el departamento relucía y las alfombras estaban nítidas. Ahora esa es ya la costumbre de todos: tenemos un sitio a la entrada de la casa para intercambiar los zapatos que se usan afuera con los de dentro de casa. Algo de lo que nos asombrábamos ya se ha vuelto cotidiano.

Hemos aprendido a asistir a las reuniones en línea, al principio, en tinieblas y olvidándonos encendidos la cámara y el micrófono de la computadora cuando no debían estarlo… Luego vimos tutoriales y aprendimos cómo vernos bien usando maquillaje completo y blusas de calle. Al llegar al zoom número quince ya aprendimos a mantener los pantalones de pijama, seguir con la blusa decente y maquillarnos con tres toques básicos de color en las cejas, los ojos y los labios. En el zoom número veinte ya descubrimos cómo desconectar el video y/o la voz. En el zoom número treinta ya deslumbramos a nuestros interlocutores con la lámpara de aro que acabamos de adquirir.

El tratamiento del cabello ha sido tema de risa y de sorprendentes cambios. Ver al pariente con una frondosa cabellera hasta debajo de los hombros nos causó mucha gracia. Tenerla había sido la ilusión de su juventud hippie, pero solo lo pudo hacer realidad hasta ahora. Mientras tanto, la prima y la vecina ya se dejaron el pelo blanco, cosa a la que algunas nos resistimos haciéndonos ocho con los tintes.

Ver la televisión nacional y cómo se sostiene a punta de publicitar las más variadas medicinas, cada una con más propiedades que la otra, causa risa cuando no furia por el engaño que conlleva. La estrategia de usar el miedo a la enfermedad para vender medicamentos de dudosa efectividad para mejorar la inmunidad, la tos, los estornudos y la flema es tragicómica. Y la nuestra es burlarnos de su empeño bajando el volumen hasta que vuelvan las noticias.

En cuanto a la comida, la experiencia nos dice que seguir pidiéndola a mil y un lugares diferentes no nos lleva a comer bien. Mientras nos asfixiamos en tarrinas desechables y nos llenamos de grasas, carbohidratos y colesterol, seguimos sin aprender que la comida que preparamos en casa es la mejor. ¿Cuándo aprenderemos a disfrutar más de la maravillosa y suculenta diversidad de nuestros alimentos, de la frescura de las hortalizas, del dulzor de las frutas, del color de una buena vianda?

En medio de la dureza de la pandemia hemos aprendido mucho, pero lo mejor de lo aprendido ha sido a reírnos de lo absurdo de la situación, y de nosotros mismos. La risa, como siempre, ha sido la mejor medicina.

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