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El Telégrafo
Alfredo Vera

Regulaciones

26 de agosto de 2014

Desde las épocas primitivas del ser humano, empujados o impelidos por fuerza de las circunstancias a vivir agrupados en sociedad, se generó una contradicción entre la  absoluta libertad para que el individuo ejerza la plena y voluntaria libertad de hacer lo que le otorga su ‘regalada gana’ o regirse por las normas, reglas o leyes que iba fijando e imponiendo la propia humanidad en los 5 mil años de historia y cultura de la era de lo que se llama occidental y cristiana.

De entonces a esta parte, los ‘contreras’ que han existido desde que el mundo es tal, han expresado a grito pelado que la mejor ley es la que no existe y se ha preconizado que la democracia es aquel sistema en que uno le puede decir al gobernante de turno que es un autoritario y un tal por cual, sin temor a ninguna represalia institucional.

Según la teoría académica, las leyes que se expiden en una sociedad son los instrumentos que mandan, prohíben o permiten que los individuos y las instituciones puedan hacer o no lo que les da la gana, en público o en privado.

Y el proceso de institucionalizar una sociedad requiere y persigue dotar de leyes a la colectividad para que esas organizaciones regulen la racionalidad de la conducta social, puesto que todos tienen derechos y deberes que comienzan y terminan cuando no afectan los de los demás congéneres.

Así las cosas, y puesto que el ser humano es proclive a dejar sueltos los perros de la arbitrariedad, la civilización contemporánea lucha con fervor para eliminar los privilegios y para impedir que existan castas de señoritos intocables, que estén por encima de las leyes y ellos puedan autorregularse en todos los órdenes de la vida, como argolla ‘pelucona’ y abusiva, hasta que aparezca una revolución que diga: ¡un momentito, aquí todos nos regulamos parejo!, porque la libertad y las limitaciones son para todos, incluyendo a los ‘pelucones’ de angora.

Hace falta que estas premisas las conozcamos, las respaldemos, las respetemos y las cumplamos todos, sin excepción, si queremos llegar a un nivel respetable de equilibrio social, democrático.

Ha sido norma tradicional en el mundo que los ricos sean los dueños del poder y los privilegiados padrinos de las castas, a quienes casi siempre se exonera de la obligación de someterse a las regulaciones.

Los que fueron propietarios de la verdad porque eran dueños de las imprentas y de los equipos de transmitir primero audio y después imágenes, porque también eran dueños de las alcancías donde todos guardaban allí sus moneditas, creyeron que esto nunca iba a cambiar, porque, insistimos, esa era la democracia burguesa, el orden establecido, el imperio de las castas y clases sociales, del padrinazgo.

Las revoluciones que históricamente registraron cambios trascendentes lo hicieron regulando las normas, como la abolición de la esclavitud, la sustitución de regímenes monárquicos por la vigencia de la democracia, la separación de la religión con el Estado, la universalización de la educación y la salud gratuita, etc.

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