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El Telégrafo
 Pablo Salgado, escritor y periodista

Rectificaciones sí, pero en democracia

03 de julio de 2015

Apena e indigna lo que sucede en nuestro Ecuador. Estamos a punto de perder los papeles y dejarnos arrastrar por el odio y la amargura. La mentira, el rumor y la falsedad se están convirtiendo en el arma principal para atacar, desvirtuar y perjudicar al otro. Ya no importan los principios  ni la ética; se trata solo de hacer daño, y cuanto más daño, mejor. Así, el ejercicio de la política es el ejercicio más vergonzoso de la calumnia.

Ante la falta de verdaderos líderes de la oposición, con credibilidad y prestigio, no queda más que inventar historias aparentemente creíbles -le sacaron de un restaurante- o regar rumores falsos -se ha comprado en Alemania una casa de 750 mil dólares- y disfrazarse de opositores cuando en verdad son golpistas; pues día a día se provocan, de modo concertado y articulado, acciones evidentemente desestabilizadoras.   

La equidad y la justicia social debería ser el punto en común de todos los ecuatorianos. Pero más bien, para los sectores más ‘acomodados’ parece ser el infierno al que no hay que someterse jamás. No importa el prójimo, el desvalido, el humilde. Solo importa la acumulación y la riqueza.

Dialogar es un imperativo. Y hacerlo de modo honesto y abierto. Reconociendo, y enmendando,  los errores. Pero hay que saber con certeza que dialogar no es socializar. Intentar convencer no es dialogar. Buscar demostrar que el otro está equivocado tampoco es dialogar. Y hay que dialogar con los otros, con los que piensan distinto, con los que difieren, con los que cuestionan. Y escuchar, escuchar.

La debilidad del Gobierno es su frente político, no de ahora sino de años atrás. En verdad, el propio Presidente ha asumido el rol de ministro de la política. Y eso trae consecuencias, no solo porque supone un gran desgaste, sino porque impide ver y escuchar. Y en política, quien es ciego y sordo siempre irá camino del abismo. Nadie, con mínimo juicio y raciocinio, podrá negar la gran obra pública realizada en estos ocho años de gobierno. Pero también hay que reconocer que esa obra pública fue construida al margen de la ciudadanía. Se construyó imponiendo, no junto a la ciudadanía. Quizá por ello, los hombres y mujeres de la patria no se han apropiado de esas obras, como dispensarios, hospitales, escuelas y colegios, y ni se diga infraestructura básica.

También es cierto que, en esta crisis política -que no económica- se han evidenciado las grandes debilidades, ineficiencias y mediocridades del Ejecutivo, Legislativo y del movimiento político del Gobierno. No han sido capaces de estructurar un ideario y un proyecto político claro y coherente, de ahí que tampoco hay un discurso común; pasamos de la noche a la mañana del socialismo del siglo XXI (sic) al capitalismo moderno.

Tampoco se han generado nuevos cuadros; sólidos y creíbles. Una burocracia tecnócrata, llena de Phd y sin la más mínima formación, y peor compromiso político. Voceros de gobierno que, en lugar de aclarar, confunden; en lugar de apaciguar, incendian; y en lugar de dialogar, insultan.

Ecuador demanda gestos de buena voluntad. Es el momento, antes de que sea demasiado tarde; no más calificativos, no más imposiciones. Y por supuesto, no más golpistas ni acciones desestabilizadoras. Exijamos rectificaciones; sí, pero en democracia. (O)

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