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El Telégrafo
Antonio Quezada Pavón

Rafael Correa después de 2017

11 de diciembre de 2014

En julio 22, 2009, Rafael Correa, al recibir la credencial de Presidente electo, ratificó su compromiso con la radicalización: “Vamos a radicalizar la Revolución Ciudadana y a profundizar la democracia. Vamos a trabajar para lograr una adecuada distribución de los recursos, construir una democracia informativa, racionalizar la concesión de frecuencias y permitir el acceso de todas las personas a la información pública”. Y añadió en forma contundente: “Todavía hay poderes fácticos. Sobre todo ese terrible poder, que es el poder informativo...

El mayor adversario que hemos tenido en estos 31 meses de gobierno ha sido una prensa con un claro rol político, aunque sin ninguna legitimidad democrática... Debemos perder el miedo y, a nivel de países, plantearnos formas de controlar los excesos de la prensa... Existe una contradicción en su propia naturaleza: negocios privados suministrando un bien público, la comunicación social”.

La partidocracia inmediatamente se hacía estas preguntas: ¿Y ahora qué? ¿Comenzará a gobernar y dejará de estar en campaña? Y lo comparaban con el entonces presidente de Venezuela, coronel Hugo Chávez en lo que llamaban la relación ‘patrón-cliente’ y vaticinaban que pasaría por encima de las instituciones.

Después de 65 meses de esas declaraciones, el presidente Correa y la Revolución Ciudadana han cumplido con creces lo prometido. No solamente ganamos nuevamente y en forma absoluta las elecciones para el período 2013-2017, sino que ahora se plantea la posibilidad de un nuevo período 2017-2021, precisamente porque la oposición no ha tenido propuestas constructivas y ‘correitizó’ la política ecuatoriana manteniendo a Rafael Correa en permanente campaña, haciendo lo que mejor sabe hacer: llegar al corazón y a la mente de los ecuatorianos y trabajar incansablemente por la justicia social y el Buen Vivir.

Los partidos políticos, los sindicatos, las cámaras de la producción, preocupados por desacreditar al más efectivo gobierno de la historia, perdieron su calidad de interlocutores válidos, se encapsularon en viejos y anacrónicos paradigmas y, sobre todo, se desligaron del respaldo popular.

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