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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

Radicales

31 de marzo de 2016 - 00:00

El modo de pensar político y económico liberal descansa en al menos tres elementos: los individuos/sociedad, el Estado y el mercado. Los dos opuestos insalvables del liberalismo subyacen en el enfoque distinto que tienen acerca de la relación entre estos tres elementos. Para el liberalismo esencial, la razón de su lucha es la libertad infinita del mercado. En cambio, para los portadores del liberalismo radical o liberalismo social, el objeto de su acción política es la sociedad. Hay autores que afirman que esta tradición más humanista tiene conexión con el ‘liberalismo benevolente’, basado en la idea del bien público.

La vertiente del liberalismo radical se desarrolló sobre todo en Francia y promovió la idea del equilibrio y la redistribución. Por ejemplo, Turgot defendió la teoría del equilibrio mutuo e interdependencia de los diversos elementos de la economía, por lo cual el pobre tenía “derecho incontestable sobre la abundancia de los ricos”, por lo que los impuestos debían ser proporcionales a la riqueza y abogaron por la creación del impuesto a la renta, que se sustentaba en el valor impositivo sobre la riqueza y no de la tierra (McPhee, 2007). La vía radical fue finalmente derrotada por la burguesía, que impuso los principios del liberalismo esencial y mercantil.

El radicalismo llegó, como era de esperarse, a Hispanoamérica y fue apropiado y reconfigurado por una facción de la élite hispanoamericana que en el siglo XIX acogió la visión humanista y social del liberalismo. Pero esta doctrina no fue asimilada llanamente, sino que fue apropiada y dotada de elementos nuevos y propios.

Entre los rasgos peculiares del radicalismo y el liberalismo de corte social latinoamericano, destaca la vocación de los líderes por la politización del ‘pueblo’, la unidad continental y fundamentalmente la prefiguración de la sociedad como el objeto de la política. El objeto de su acción y reflexión fue por ello ese campo de la realidad que se define como la ‘sociedad’, concepto enteramente nuevo en el contexto del siglo XIX. Entre todas las características, junto con la idea de América como el sitio del gran ensayo, la idea de la sociedad como objeto de la política fue el sustrato singular que atraviesa, además, la larga duración del radicalismo y de las posteriores izquierdas latinoamericanas.

Otra de las particularidades del radicalismo latinoamericano fue su lucha contra el colonialismo, que lo llevó a las orillas de una de las mayores complejidades de la sociedad latinoamericana del siglo XIX: su diversidad cultural y étnica heredada de un orden social jerarquizado por castas. No podían los radicales escapar de esta realidad y fueron por ello los primeros en enunciarlas, más allá de que sus revoluciones no lograran la transformación profunda de la misma. Martí decía por ello en su momento: “No hay odio de razas, porque no hay razas”.

El Indio, revolucionario y radical, Rafael Uribe Uribe afirmaba a principios del siglo XX que el radicalismo estaba relacionado con las ideas jacobinas, con el socialismo, el anarquismo, el materialismo, el nihilismo, con el propósito de la sociedad nueva democrática y libre de menesterosos, y por ello señalaba: “Socialistas somos, socialistas admirables, que por la unión de los débiles vencemos a los privilegiados por la caridad distributiva, satisfacemos a los menesterosos; nihilistas somos, nihilistas heroicos, que abandonamos la vida bajo el carro de la autocracia porque sale en pedazos el despotismo de los zares; anarquistas somos, anarquistas videntes, cuando nos aislamos en la contemplación afanosa de una sociedad nueva, en la cual jamás sea explotado el hombre por el hombre”. (O)

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