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El Telégrafo
Ximena Ortiz Crespo

Llanto por el paisaje

21 de marzo de 2020

Desde el forzado aislamiento en que nos tiene la crisis actual, recorro con los ojos del corazón la belleza única de mi ciudad. Contemplarla desde cualquier mirador me maravilla.  Mejor si es al amanecer cuando el cielo está despejado y puedo descubrir cuántas montañas nevadas muestran su luminoso esplendor.  Igual si es al atardecer, cuando se dibujan las nítidas líneas del Pichincha y el cielo se llena de arreboles. Quito es, sin duda, un lugar mágico. 

Desde que el aeropuerto salió de Quito, inconsultas decisiones municipales permitieron construir rascacielos. Los urbanistas dirán que esos edificios de formas raras que proliferan desde hace poco, no son propiamente rascacielos. Que ir de 8, a 12, a 16, a 32 pisos tampoco significa que la ciudad se vuelva anodina. Yo, sin embargo, veo a esos edificios como atemorizantes rascacielos y siento que cada uno de ellos es un atentado más, pues rompe con violencia la suavidad del entorno.

El contraste de tamaño entre los edificios gigantes con el resto de edificaciones significa una pérdida de identidad paisajística para la ciudad. Ya la plataforma  gubernamental creó un muro enorme, impenetrable, gris y triste. El hipercentro. Pronto vinieron a esa zona y a otras, torres que compiten en altura. Nos enceguecen los rayos del sol que se reflejan en esos monstruos de vidrio. No puedes franquear la vista hacia el paisaje porque te lo niega uno de esos gigantes de acero y cemento. Mientras tanto, se hace tabla rasa de casas patrimoniales.

El entorno paisajístico de Quito es el corazón de su identidad. Le da su carácter distintivo, la convierte en única.  De él depende la fama de Quito, inclusive para su futuro económico, sobre todo en relación al turismo.

La ciudad ha sufrido daños graves e irrevocables porque sus autoridades se han hecho de la vista gorda permitiendo la destrucción de su paisaje geográfico y cultural.  De seguir así,  Quito podría convertirse en una ciudad como cualquier otra. Las mismas preocupaciones las tienen, por desgracia, ciudadanos de urbes icónicas por su belleza e interés histórico como Londres, Cuzco, o La Paz. (O)

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