Barrios pobres, barrios de clase media y barrios ricos comparten la misma opinión del actual alcalde: pésimo administrador y pésimo político. El analista sesudo y la opinión callejera coinciden en la urgente necesidad de conseguir un alcalde que resuelva el caos al que Rodas nos llevó.
Es tan deprimente la capacidad política de la alcaldía que tiene que esperanzarse en opiniones de Nebot para evitar debacles. Es tan reducida la capacidad administrativa que cada semana hay escándalos que revelan su disfuncionalidad, con opacidad y corrupción incluidas.
Pero no escribo para ratificar lo obvio. Lo hago para sugerir que Rodas es un prototipo. Hace siete años entró a la política inventándose un índice de pobreza con severas deficiencias metodológicas. Llamaba a ruedas de prensa con un micrófono gigante de cartón pidiendo debatir con alguien.
Luego fue asumiendo un perfil político basado en opiniones y prácticas cada vez más comunes: para administrar lo público solo hace falta reducir gastos, bajar impuestos, hacer propagandas y seguir predecibles reglas de marketing político, sobre todo importadas desde México o Argentina. En otras palabras, otro tipo de populismo: declararse de centro para no enojar a nadie, vender la idea de que la administración pública se resuelve con simplismos y sobrevivir apagando incendios o transando apoyos políticos.
Las próximas elecciones seccionales deben ser una oportunidad para que los ecuatorianos miremos en Quito lo que pasa cuando se le da espacio a gente experta en opinar, pero inexperta en administrar. Gente hábil en reproducir modelos preformateados, pero famélica en conceptos y proyectos políticos de largo plazo. La izquierda y la derecha existen, y ambas deben reconocer que ser servidor público requiere vocación.
Es necesario entender que –a diferencia del sector privado– no solo se debe administrar con eficiencia, sino además con justicia, honestidad y responsabilidad. A Quito ya le costó demasiado caro comprar humo. Aprendamos del error. (O)
