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El Telégrafo
Roberto Follari (*)

Quitar a Dilma es quitar la democracia

06 de marzo de 2015

El PT con sus aliados acaba hace pocos meses de ganar claramente la presidencia del Brasil. Es insólito que haya quienes, si desean reemplazar a la Presidenta, no esperen a las próximas elecciones, sino que apelen a toda clase de medidas -algunas lindantes en la ilegalidad- para hacerlo ahora, sin que se haya cumplido siquiera un ciclo inicial de su mandato.

En Argentina mejoró la situación del Gobierno esta semana, a partir del fallo del juez Rafecas que confirmó a la denuncia judicial contra la Presidenta como caprichosa y sin fundamento. Además, hubo un impecable discurso presidencial de Cristina Fernández de Kirchner el día domingo, cuando una formidable movilización popular puso alrededor de 400.000 personas en las calles para apoyarla. En Venezuela, el Gobierno pidió la salida de parte de la delegación diplomática de Estados Unidos, acusada de intervención desestabilizante; el gigante del Norte prepara su respuesta (mientras se entretiene en el cinismo de rechazar la energía atómica de Irán, en tanto EE.UU. y su aliado Israel están repletos de ella para fines de agresión militar).

En el caso de Brasil, la situación es de clara defensiva para el gobierno de raigambre popular: en el Sur de ese país un cúmulo de camioneros ha decidido hacer toma de rutas, por las que se impide el tránsito de personas, así como la llegada de alimentos y vituallas a las ciudades. Esto produce, obviamente, la angustia, cuando no la furia de parte de la población. A la vez, se prepara una marcha para pedir la renuncia de la Presidenta. Es cierto que los hechos lamentables en Petrobras deben ser llevados concienzudamente a la justicia, pero de ningún modo ellos configuran un pretexto para burlar la soberanía popular expresada en las urnas. La intentona desestabilizante -sinuosamente golpista- disfraza sus intenciones tras la mascarada moralizante que, como bien se sabe, ha sido múltiplemente usada para justificar la baja ilegal de gobiernos legítimos. Ninguna corrupción es aceptable, pero abundan protestas contra la corrupción que son inaceptables, en tanto ellas esconden intenciones no confesables.

Brasil es la mitad de América del Sur en tamaño geográfico, en peso macroeconómico y en cantidad de población. Es decisivo para todo el subcontinente lo que allí pase. Las fuertes maniobras que inventaron una candidata que de pronto pareció que podía superar a Dilma Rousseff en la campaña se continúan ahora con otras acciones acordes al nuevo momento. Sobran quienes desde el stablishment, cuando no tenían éxito con los votos, apelaban en previos tiempos a las botas militares. Y ahora lo hacen al tristemente célebre ‘golpe blando’ desestabilizador, poniendo a la derecha política en el rol de agitar abiertamente en las calles.

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