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El Telégrafo
Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

¿Qué es eso de ser de centro y sin ideologías?

02 de marzo de 2014

En el 2004 ya lo advirtió Immanuel Wallerstein. En una conferencia dada en el St. John’s College, de la Universidad de Columbia Británica puso las cosas así: el universalismo tiene tres modalidades, que quiere imponer. La primera: los líderes occidentales practican políticas en ‘defensa’ de los derechos humanos y para impulsar algo único e indiscutible: la democracia. La segunda: en el choque de civilizaciones la única vencedora será la civilización occidental, invariable y eternamente. Y la tercera: no hay más alternativa que el aceptar las leyes del mercado y del neoliberalismo.

Quienes aplican ese universalismo en el Ecuador han desarrollado, con mucho esfuerzo, el intento de convencernos de que ahora no podemos ni debemos poner las cosas entre derecha e izquierda, entre mercado y bienestar; que aquí solo cabe ser de centro, el devenir del mercado como un destino natural (de ahí sale el ‘cero impuestos’); que los extremos conllevan crisis, caos y violencia; y, por supuesto, que todo tipo de beligerancia y confrontación solo es para los revoltosos de izquierda, nostálgicos de causas perdidas e irrespetuosos con las formas y protocolos occidentales.

En ese juego perverso han caído (¿no será mejor decir han contribuido y militado?) muchos de los periodistas, intelectuales y líderes políticos orgánicos de la oposición, en todas sus variantes. No es para nada gratuito el escenario en el que nos hallamos desde el 2008: asesores venezolanos, mexicanos y españoles colocando argumentos, guiones, libretos y hasta consignas en varias reuniones, supuestos talleres y documentos, sin descontar esos cocteles y citas informales donde unos ritos liberales convencen a izquierdistas arrepentidos, socialdemócratas y democratacristianos en crisis, unificando conceptos y discursos cual religión.

A todo ello hay que unir una realidad que todavía demanda mayor investigación y argumentos: la incorporación de algunos sectores a la clase media, saliendo de la pobreza, en medio de un consumo que despista sobre el verdadero sentido del bienestar, acompañado todo eso de un discurso mediático cargado de banalidad y exitismo, que ha dado lugar a la aparición de visiones, rutinas, ‘pensamientos’ y votaciones alrededor de un falso concepto de progreso anclado en ese universalismo del que habla Wallerstein.

Es cierto que hay una mayor politización y hasta un ideologismo, pero sin suficientes debates y reflexiones, pedagogías y búsquedas sociales colectivas, desde distintos sectores. A eso se debe agregar una mayor conciencia y educación, pero de nada sirve si no hay un mejor entendimiento de la verdadera política como una dinámica para transformar la realidad en todas sus dimensiones.

De ahí que si las últimas elecciones se van a entender como derrotas o victorias, la realidad está revelando otras lógicas que demandan de los intelectuales y líderes de derechas e izquierdas una comprensión más cabal. Por ahora no son cuántos más o cuántos menos alcaldes están de un lado o del otro, sino los comportamientos electorales como indicios de lo que la gente se juega en cada ‘apuesta’ política. Entonces las decisiones que se tomen, hasta en el nivel municipal, deberían considerar a un país con menos pobres, mayor acceso a las tecnologías y educación, al consumo y a la banalidad. Y, sobre todo, en el marco de un mundo asediado por ese universalismo que engaña al mundo con que solo la democracia y el mercado son los únicos paradigmas de la humanidad.

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