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El Telégrafo
César Hermida

Prohibir el boxeo

18 de junio de 2016

Después de unos cincuenta años la sociedad se avergonzará de que nuestra civilización practicara, hasta las primeras decenas del siglo XXI, un deporte que consistía en golpearse la cara con los puños hasta que el adversario cayera al suelo sin poder levantarse o hasta que terminaran agotados luego de varios rounds porque ninguno había podido aniquilar al otro. Se informará que el deporte se había iniciado con los puños vacíos, pero que luego, en actitud humanitaria y piadosa, se había resuelto forrarse las manos con unos guantes que, si bien disminuían la dureza de los nudos del puño, terminaban por buscar el mismo efecto, procurar despedazar a golpes la cara al adversario, ojalá hasta que perdiera el conocimiento.

Lo más grave, se dirá, es que justamente a inicios del siglo XXI el deporte agregó, a los golpes de puño, las patadas en cualquier parte del cuerpo. La habilidad consistía en evitar los golpes ajenos y en acertar los propios. Si el adversario caía, y mejor si se quedaba sin conocimiento en la lona hasta una cuenta superior a diez segundos, con lo cual el otro ganaba, la muchedumbre partidaria del ganador gritaba festejando el triunfo con desbordante alegría. La sangre del adversario provocaba, además, expresiones de júbilo desde los graderíos. Sobra decir que el público pagaba contento para ver este agresivo y lamentable espectáculo, cuyos ingresos volvían millonarios a los boxeadores y a los empresarios.

Más grave aún había resultado que las mujeres comenzaran a practicar este deporte que buscaba dañar sus delicadas caras y cuerpos que, por otra parte, paradójicamente, eran llevados para que los mejoraran los cirujanos plásticos. Por más que la gente sensata y los médicos advertían sobre los peligros de las lesiones externas e internas, y sobre todo los efectos a largo plazo de esta práctica absurda, se había vuelto difícil prohibir este deporte.
En la segunda década del siglo XXI había fallecido, con una crónica lesión neurológica, seguramente provocada por el mismo deporte, una prominente y carismática personalidad que, curiosamente, lo criticaba, aunque le había dado fama, pero a quien la gente lo admiraba porque se había negado a cumplir el servicio militar, defendía los derechos humanos y se había convertido al islam, una religión diferente a las tradicionales, por lo que había tomado el nombre de Mohamed Alí.

Por esos años, sin embargo, se había iniciado una campaña que, al igual que para prohibir las corridas de toros, buscaba la prohibición del box. (O)

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