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El Telégrafo

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Liliana Viola

Prendidas fuego

09 de marzo de 2018

¿Se acuerdan de que hasta hace prácticamente nada, el 8 de marzo consistía –como el día de la secretaria o de la madre– en un módico ceremonial de felicitación al paso con rosa, bombón y beso? De fondo, pero muy de fondo, sonaba la efeméride: “miren que hoy se conmemora la masacre de las obreras textiles que hicieron una huelga a comienzos del siglo XX en Nueva York exigiendo reivindicaciones menos que básicas: jornada laboral de 10 horas, salario igual que el de los hombres y mejora de las condiciones higiénicas. Miren que el patrón provocó un incendio para amedrentarlas y al final las quemó a todas. Y miren también que al poco tiempo la socialista y feminista alemana reconocida por haberse enfrentado al nazismo, Clara Zetkin, propuso en 1910 celebrar la fecha como el “Día Internacional de la Mujer Trabajadora”.

La palabra trabajadora se quedó en el camino. La perdimos, la dejamos caer todos y todas, no la escuchamos gritar. El fuego siguió. Se festejó el día de la mujer a secas. Las reivindicaciones salariales, como lo que se dio en llamar “la discusión sobre el aborto” entraron a la agenda del presidente Macri, ahora que las papas queman. Las feministas del mundo, mientras tanto, durante estos últimos cien años han estado hablando entre ellas de muchas cosas que ahora se comentan en la calle y se pasan como recetas o contraseñas entre amigas y se cantan en la puerta del Congreso pañuelo verde a cuestas con una complicidad que arde.

No culpemos a la rosa y a los bombones de haber borrado con su caballerosa belleza a la trabajadora que durante tanto tiempo hemos nombrado como “ama de casa” o “la que limpia”, “la señora que nos cuida a los chicos”, “la profesional que ayuda en la economía familiar” y que en la sección policial aparecía cada tanto como la víctima del crimen pasional o de una violación provocada por sus modales, su belleza y juventud o sus atuendos.

Pero eso sí: que todo un siglo de omisión (y de trabajo de hormigas) aplique como respuesta a las preguntas que se vienen formulando con altas intensidades de repulsión o sospecha: ¿Por qué ahora? ¿Por qué reaccionan así frente a tantas situaciones que no les molestaban antes? ¿Se volvieron locas las locas? ¿Se volvió bruja la bruja?

No es particularmente la rosa regalada ni tampoco el piropo a veces (pocas) tan halagador que suena lindo, sino la convicción de que toda una cadena de gestos y de acciones encubren un statu quo de inequidades y privilegios. (O)

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