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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

¿Por qué existe Ecuador?

22 de noviembre de 2015

La creación de un Estado nacional es una obra de enorme complejidad. Sobre su existencia, existe al final acuerdo respecto de que estos aparatos políticos, territoriales e institucionales, aparecen al mismo tiempo que la modernidad y el capitalismo, con el fin de administrar recursos naturales y coordinar la producción y el comercio. Sin embargo, para esos fines iniciales es necesario una mínima cohesión y acuerdos generalmente entre grupos dominantes. En ese contexto no deja de ser alucinante la existencia en el largo tiempo de Ecuador, una república muy pequeña caracterizada por la división regional, que no constituyó una unidad política administrativa estable durante la Colonia, como fue el caso, por ejemplo, del Virreinato del Perú.

Desde la geografía histórica se ha tratado de explicar el caso ecuatoriano a partir de un enfoque socio espacial. El maestro Jean Paul Deler, a quien por cierto Ecuador debe mucho, sostiene que la manera cómo se entretejieron los espacios regionales desde la época prehispánica creó condiciones especiales para el nacimiento posterior de la república. Deler dice que El “éxito” nacional del espacio ecuatoriano se debe a la “cohesión precoz de un núcleo central, cuya estructuración se encontró relativamente facilitada por sus dimensiones geográficas reducidas”. Otros historiadores coinciden en que la accidentada geografía andina no hacía posible escalas territoriales – políticas mayores y que la existencia de zonas de producción y puertos en esferas próximas definieron las repúblicas.

En Ecuador, uno de los factores especiales fue la formación de un eje transversal, una especie de estructura y a la vez circuito horizontal que creó lazos sobre todo económicos entre Quito y Guayaquil. Aunque los circuitos económicos horizontales funcionaron desde épocas tempranas, el siglo XVII fue el que marcó el impulso, debido al desarrollo de la boyante economía de las colonias del Pacífico Sur. Quito era la zona productora y Guayaquil el puerto de salida y entrada de mercancías. Aunque el siglo XVIII marcó la crisis en la Sierra, en la realidad las caravanas seguían transitando por aquel camino histórico que pasaba por San José de Chimbo. Ese permanente movimiento mercantil interno, o eje  transversal, definido por Jean Paúl Deler, fue un componente importante en la construcción de un posterior espacio nacional. Sin este tensor principal, es decir, sin un mercado interno aunque sea precario, el nacimiento de la república y su pervivencia era imposible. Ello explica la tenacidad con la que el General Eloy Alfaro impulsó la modernidad de la conectividad en esa ruta, por medio de la construcción del tren.

Hoy Ecuador sigue enfrentando el desafío de su existencia en medio de un sistema mundial contradictorio. Ya no es suficiente solo el antiguo tensor que ha envuelto su cintura. El centro de su economía no son los textiles de Quito, como lo fueron en el siglo XVII; ni el cacao guayaquileño y costeño, como lo fue en el siglo XIX, sino el petróleo que se encuentra en el Oriente y sale por nuestros puertos. El eje de la producción y comercio está en el Estado, y el problema radica en la redistribución de la renta. Una de las formas sutiles de redistribución y cohesión siguen siendo los caminos, por donde en realidad circulan los seres humanos, el capital y la mercancía. El viejo tensor horizontal se bifurca por ello en miles de ramas que abrazan con fuerza y movimiento nuestro pequeño país andino. Son las carreteras que nos unen. (O)

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