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Antonio Quezada Pavón

Por acción u omisión

26 de febrero de 2015

De una manera u otra, la mayor parte de nosotros luchamos contra la corrupción. Si somos miembros de la Policía, empleados de gobierno, trabajadores del sector privado, grupos comunitarios y aun a nivel familiar, casi todos, en un momento dado, estamos involucrados en hacer de este un mundo mejor.

En todos los sectores hay muchísimo esfuerzo hecho por la gente común y corriente para trabajar en temas de anticorrupción de tal forma que nos permitan vivir en una sociedad más digna y honesta. No todos podemos ser investigadores o fiscales que atacan al delito y al delincuente, pues no todo lo relacionado con corrupción es necesariamente de materia criminal. Y de hecho la lucha contra la descomposición social  no se basa en asustar a la gente con la posibilidad de descubrirles en actos corruptos y sancionarles, sino más bien en proteger a las instituciones contra su decaimiento que provoca esta realidad. Sin lugar a duda, la investigación de los actos de corrupción y su penalización tienen importancia crítica en esta lucha, pero son fundamentalmente incompletas como herramientas de anticorrupción.

Y lo podemos entender por la experiencia diaria. El Municipio de Guayaquil y la ANT ponen sanciones a los que violan las normas de tráfico. Diariamente se  multa a cientos de choferes que invaden la ruta de la Metrovía; se ha publicado en el periódico el nombre de más de mil infractores, agarrados por vigilantes de tránsito o mediante las cámaras. Sin embargo,  día tras día se emiten más multas y tickets por este tipo de  infracciones  y parecería que la presencia de las cámaras y de la autoridad amedrenta a los choferes para manejar correctamente, pero igualmente muchos no hacen caso. A tal punto que los que dirigen el tránsito vehicular llegan a concluir que nada puede hacerse acerca de estas violaciones de la ley. Y al final, todos nosotros compartimos la misma creencia.

La raíz del problema es cultural. De niños, todos fuimos atrapados cometiendo alguna travesura por nuestros padres; normalmente fuimos castigados con la esperanza de que un par de azotes pudiera mejorar nuestro comportamiento. Sin embargo, por propia experiencia, puedo decirles que estos castigos no necesariamente me hicieron mejor, pero eso sí, más ‘avispado’ para evitar ser detectado en alguna falta la próxima vez. Es por eso que creemos que nuestras cárceles son únicamente ‘universidades’ para entrenar mejor en el delito.

Lo que describo se aplica por igual al fenómeno de anticorrupción. Y en nuestro caso es peor, pues si bien detectamos e investigamos, muy pocas veces sancionamos a la gente corrupta. Por eso, organismos como Transparencia Internacional nos califican muy pobremente en esta lucha. Pero ellos tampoco, al igual que nosotros, no están focalizados en corregir los comportamientos corruptos antes de que las cosas vayan mal. Transparencia y rendición de cuentas ayudan en la lucha anticorrupción, pero si lo que se espera es el castigo, probablemente estemos generando entes más hábiles en evadir los controles antes que en modificar su comportamiento.

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