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Samuele Mazzolini

¿Populismo sin movimientos sociales?

10 de febrero de 2015

En un editorial de Emir Sader, aparecido hace un mes en Página 12, el pensador brasileño polemiza ásperamente con la ultraizquierda latinoamericana. En la columna, titulada ‘La ultraizquierda fracasó’, se argumenta que los gobiernos pos-neoliberales de América Latina son responsables de una transformación política y social sin precedentes. Los resultados son innegables y van desde la reducción de las desigualdades hasta la disminución de la influencia estadounidense en la región. Aquellos movimientos sociales que plantearon su autonomía del estado en cambio no han sido capaces ni de rasguñar a las estructuras en contra de las cuales combaten. Su obstinación con la crítica a ultranza, su intelectualismo a ratos incomprensible, hacen que el pueblo, beneficiado bajo la gestión de los gobiernos de izquierda -más allá de su matiz-, no se sienta representado por la lógica maximalista del “o todo, o nada”.

Comparto en buena medida las tesis gramscianas de fondo que inspiran a Sader: la izquierda no puede concebir el cambio social en términos inmanentes, es decir, esperando que la vitalidad expresada por los movimientos sociales se convierta en una transformación subterránea de las conciencias tal que las estructuras del capitalismo moderno resulten espontáneamente suplantadas. El trabajo de articulación de las demandas sociales en torno a un punto nodal y el traslado de este conjunto al ámbito político-electoral es la manera más efectiva para trastocar los mecanismos del neoliberalismo. No es puro empirismo constatar que ha sido la lucha contrahegemónica la que ha logrado algún avance, por más parcial que sea, en sentido emancipatorio y deducir que es este el camino privilegiado de la política radical; todos aquellos que se han colocado en un plano poshegemónico, en cambio, han sido condenados, tarde o temprano, a la irrelevancia política.

La respuesta de los aludidos no ha tardado en concretarse en un post firmado por Rosa Lugano en el blog ‘Lobo Suelto!’. La réplica es todo menos una invectiva resentida a la necrología política de Sader. Señala más bien ámbitos de tensión en los procesos de cambio que es fundamental incorporar en una evaluación seria. En primer lugar, se cuestiona la real transición a un modelo posneoliberal: efectivamente, en países como Brasil y Chile, las políticas sociales apenas mitigan los efectos nefastos de un modelo aún en auge. Al mismo tiempo, se subraya que fueron justamente los movimientos sociales los que proveyeron la materia prima de los experimentos progresistas; materia prima que, sin embargo, ha sido olvidada en pro de la consolidación de un gris burocratismo.  

¿No es evidente esta contradicción? Los experimentos progresistas se han alejado de los antagonismos sociales que hicieron su fortuna. De tal manera, la feliz tensión entre las dimensiones vertical y horizontal de la política se ha ido perdiendo en detrimento de la segunda. Así, el populismo ha ido prescindiendo del empuje social organizado so pena de su progresiva degeneración. La responsabilidad de este alejamiento recae sobre ambos actores: tanto la ideología del ‘éxodo’ propia de muchos movimientos como la testarudez acomodadiza y ‘desde arriba’ de los gobiernos han generado el estancamiento del potencial transformador.

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