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El Telégrafo
Werner Vásquez Von Schoettler

¿Política? ¿Izquierda?

28 de diciembre de 2015

Unos decían el ‘retorno de la política’, otros que reine el ‘consenso’, otros el ejercicio del ‘poder’, y finalmente, en general, aquellos que dicen que reine la ‘democracia’.  ¿A qué nos enfrentamos en las discusiones ‘políticas’ sobre lo político? Primero, un reduccionismo conceptual que rebasa por superación al sentido común, es decir, vivimos una ansiedad de hablar de política desde los lugares del sobrecalentamiento de la máquina social de quienes han ostentado el halo de hablar de la política; de hablar desde la herencia, desde lo patrimonial, de aquellos que les viene en gana de hablar porque les antecede un apellido o varios y que, por lo tanto, les acompaña una postura, un modismo, casi una mueca y sus decibeles de decir con sus gestos e imposturas esos devaneos del no compromiso crítico, pero sí del criticismo vacuo de decir mucho y hacer poco. Un año de tremendismos políticos y sus apocalipsis.

Un coctel de maniqueísmos intelectuales que han arañado la lista de los ‘clásicos’ y de los clásicos de fin de semana bajo el brazo y sobre la mesa en la esquina de los mismos diálogos sin principio, sin fin y casi sin sentido. Segundo, un país que futboleramente cobra penales a los sentidos de la política de aquellos que se esmeran en desacreditarla, en quitarle su pasado, su común lugar en la disputa por las representaciones y dejarle desnuda en el tapete de sus reflexiones dominicales y vestirla a día seguido para ser materia de análisis en las cátedras de ‘vida’. País que para los comunicadores políticos ya pasó el tiempo de la disputa entre la izquierda y la derecha y que lo que sobran son electores ávidos de comprar el mejor empaquetamiento con cero colesterol intelectual.

Tercero, el malestar de la política pública es la mejor lección para aquellos que persisten en hacer política desde el traje a la medida y los cuatro mil centímetros cúbicos versus aquellos que a suela rodada no han dejado de compartir una mano sudada, y que miran desde la desconfianza el pasado superado y aceleran el paso hacia el futuro; temiéndolo todo, pero sin faltar la fe. Cuarto, el populismo: ese discurso infinito, lleno de vergüenzas, proyecciones, transferencias y contratransferencias mentales e identidad propia de la disputa por el poder. Unos con sueños de comunidad  y representación, otros con sueños de deudas que nos atan unos a otros y que es necesario pagarlas. Quinto, la hegemonía -pobre Gramsci- apaleada en todas sus formas: que el movimiento, que el partido, que lo común… pero de la burocracia; que la disputa, que los ‘frentes’, pero no de frente. Que ya no hay nada de nuevo y el futuro solo será un eterno retorno y ya no el asedio a lo imposible.

¿Será por lo imposible desde la burocratización de lo político; y el asedio a lo popular? La oposición no es un problema, ni la política, ni la fe ni el populismo, sino el carácter dionisíaco de las tentaciones del ‘vanguardismo’ inorgánico. Un paso más allá al vacío, un paso menos, cerca de lo popular. 2015 desnudó a los actores impolíticos -sin referencia a Esposito- de la política, a los cultores de la maña nueva y la caderita candente de no perder el ‘tren de la historia’. Por delante un estupendo año 2016 para la disputa, el disenso y la ruptura de las maneras de mesa, del buen comportamiento burgués de la política. Un año para avanzar al socialismo con menos burocratismo. (O)

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