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El Telégrafo
Alfredo Vera

Poder y corrupción

28 de julio de 2015

Es de lógica afirmar que el poder radica en la capacidad de decidir y la corrupción es la participación como autor, cómplice o encubridor, de todo acto reñido contra la ley y contra la ética, para beneficiarse uno mismo o a otros, perjudicando a terceros, se haga o no pública la ejecución del delito.

Desde mentir deliberadamente, enriquecerse ilícitamente, causar daños físicos o morales a terceros, abusar de recursos ajenos, incumplir con obligaciones personales o laborales, atentar contra la dignidad, integridad o soberanía de la nación son algunas características de la corrupción.

La historia de la lucha por el poder y de la nefasta injerencia de la corrupción no tiene ni principio y, al parecer, tampoco y por desgracia, fin: basta recordar el beso de Judas en la era cristiana o la muerte de Abel atribuida a Caín. Igual, en el Imperio romano, Nerón asesinó a su propia madre, Agripina, la que, a su vez, había matado a Claudio para beneficiar a su hijo.

En cuanto al poder  real, legítimo, adquirido en algunos países del continente, herederos del chileno Allende, electos democráticamente en las urnas, con una dosis de humildad, sencillez y honestidad, le toca enfrentar al poder fáctico o de hecho, cuyos autores o manipuladores son capaces de generar conflictos de forma violenta, salvaje, perversa, alimentados por el odio y la mentira, con la soberbia que caracteriza a los dueños del dinero, que eternamente son los dueños de los grandes medios de comunicación, para, a través de ellos adoctrinar a quienes se dejan convencer, bajo la influencia de sus pares internacionales, que se agrupan bajo la batuta del imperio norteamericano, que no excluye de esta persecución ni al presidente Obama.

Hoy vemos cómo en Ecuador, y por coincidencia ideológica en los países con regímenes bolivarianos, que están impulsando proyectos revolucionarios  sometidos a iguales procesos de desestabilización con los llamados golpes blandos, donde los derrotados del reciente pasado actúan con distintos disfraces, utilizando escudos como los medios de comunicación, o las organizaciones sociales, o tomándose el nombre de la ciudadanía y más ampulosamente el del pueblo.

Y, claro, si en medio de los gobiernos transformadores, como es común y universal en los otros, se enreda la nefasta corrupción que llega a los parientes o amigos de los gobernantes, las crisis de gobernabilidad se agudizan y se caotiza la sociedad entera.

Toda oposición a cualquier gobierno busca y encuentra procesos de corrupción y cuando no existen evidencia o pruebas se las inventan porque, como es obvio, la demostración de la sustentabilidad de las denuncias calan muy hondo en las bases sociales que son el sustento para la gobernabilidad.

Lo importante es que no seamos todos cómplices ni encubridores de nadie ni de ningún acto de corrupción, para cumplir con la patria y denunciar con valentía, como me tocó a mí hacerlo en su momento con El lleve de la Perimetral, o  con el motejado Caín, cuyas andanzas ya se habían advertido por parte del propio Presidente como no lo había hecho gobernante alguno. (O)

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