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Ilitch Verduga Vélez

“París bien vale una misa”

16 de enero de 2015

En la semana anterior, al producirse el brutal ataque terrorista contra la revista Charlie Hebdo, la prensa mundial, los gobiernos del orbe y la mayoría de la población  hemos condenado este crimen inaudito contra seres humanos indefensos. El atentado demencial del 7 de enero pasado ha generado una avalancha noticiosa sobre esta acción ominosa, reprobándola enérgicamente y pidiendo una sanción justa con la que todos estamos de acuerdo. Empero, las grandes cadenas televisivas internacionales, en afán sensacionalista, han desplazado a sus más calificados expertos  en el trance del Medio Oriente o en el credo del islam, a la capital francesa, para en vivo y directo establecer causales, desarrollar teorías sobre discrepancias religiosas y, más que eso, mantener vivo el sentimiento acerca de la seguridad y todo lo que ello conlleva en relación al temor colectivo  y la reacción ante lo diferente, aunque soslayando un principio fundamental en los conflictos  de esta naturaleza que siempre debe ser estudiado en su debido contexto, tanto en lo social como en lo comunicacional; sintetizado en un interrogante: ¿A quiénes favorecen estos hechos criminales?

Los medios cometen errores  garrafales por el superficial análisis en sus noticieros y comentarios respecto de esta crisis feroz donde la connotación de la historia y de la psicología social no cuenta y prevalecen versiones antojadizas de la doctrina musulmana, calificándola como fundamentalista y a sus fieles de agresivos e irascibles. Pero, además, sugiriendo a sus soñolientas audiencias que estas matanzas por motivos religiosos no se dan en el Occidente cristiano y olvidando por mala fe o ignorancia aquel pasaje nefasto del devenir francés, conocido como la ‘Noche de San Bartolomé’, donde miles de habitantes de confesión  protestante fueron masacrados, sin importar género ni edad, a manos de grupos fanáticos católicos. Por ello es menester recordar lo terrible de la obcecación, y que en suelo galo, el 24 de agosto de 1572, también por intereses mezquinos, se creó el clima propicio de sospecha, recelo y odio para seres humanos que profesaban cultos distintos.

La realidad de la Europa de este siglo, obviamente, no es la misma que la de la época de Enrique IV, el asesinado rey de Francia, nacido español y que, para poder acceder al trono de la flor de lis, se convirtió al catolicismo abjurando de su creencia hugonota, en un acto de realismo político.

Hoy existe en la bella ‘Ciudad Luz’ un ambiente crepuscular que durará lustros, la ultraderecha ya exige sus añosos y despiadados objetivos de gobierno: pena de muerte, expulsión de extranjeros, persecución de la migración del Tercer Mundo y vigilia fascista contra la población de origen árabe.

Medidas increíblemente apoyadas por algunas organizaciones y personajes judíos, que olvidan sus pesares cuando Le Pen, el  jefe nazi, los amenazaba con los hornos, y ahora suscriben aquellos draconianos criterios. Y es que los tiempos que corren son duros e inciertos y permiten  pensar en la frase atribuida a Enrique IV, que encabeza el presente artículo: “Paris vaut bien une messe”.

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