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El Telégrafo
Elizabeth Cabezas

Parar la violencia, del dicho al hecho

08 de marzo de 2019 - 00:00

Los derechos de la mujer propician intensos debates que, en redes sociales sobre todo, se pueden volver batallas campales que crispan y a veces, banalizan el debate con argumentos que, a estas alturas de la historia, ya pensaríamos superados.

Es innegable que, en el último siglo, los derechos de las mujeres se han consolidado en casi todas las legislaciones del mundo, que nuestra participación en la política y en espacios de poder ha aumentado significativamente y que hoy la voz de las mujeres es muy potente en la sociedad civil.

Es cierto, la acción afirmativa ha logrado reducir la inequidad, fruto de arduas luchas individuales y colectivas de miles de mujeres incluyendo la de aquellas obreras que originan la conmemoración del 8 de marzo. Muchos de estos son progresos enormes en comparación a un pasado arcaico y a realidades históricas muy diferentes. Pero hay otros aspectos, como la violencia, en los que pareciera que no se logran avances, o incluso que se retrocede.

Hoy, en pleno siglo XXI, la violencia contra la mujer no disminuye, al contrario aumenta en cifras y en atrocidad. Nos estremecen las historias y datos de niñas y mujeres violadas, muchas en su círculo familiar, de femicidios, acoso, agresión y violencia de género a todo nivel y en todo espacio.

Nos protegemos emocionalmente pensando que esas son cosas que les ocurren a otros, excepciones o hechos aislados, cuyos autores son individuos enfermos, que son eventuales y culpamos al fallo de la Ley o de la autoridad.

La dura realidad es que reflejan un problema sistémico, la violencia de género no nos es ajena, no es excepcional y no es asunto exclusivo del Estado. La Constitución y las leyes están escritas; allí están con toda claridad los derechos de las mujeres, la normativa para la protección y prevención, están las sanciones y los mandatos para la política pública, pero la Ley no es suficiente para modificar una conducta social arraigada de discriminación y violencia que, lamentablemente, reproducimos cotidianamente tanto hombres como mujeres.

Es indispensable que modifiquemos nuestras conductas como individuos, como familia, como instituciones. No hace falta ser feminista para defender el derecho a vivir sin violencia, ni ser machista es un atributo que enorgullezca.

Esa no es la discusión. Es hacernos cargo del tema y contribuir a la solución definitiva. Desde seleccionar con responsabilidad los contenidos de la comunicación y entretenimiento en los medios, hasta evitarnos el chiste de mal gusto en el diálogo cotidiano.

Educar a los hijos en el mismo código de respeto y consideración con que educamos a las hijas. No ser cómplices discretos del maltrato en nuestros círculos cercanos. Hablar del tema sin miedo, debatir con altura, inteligencia y buena información escuchando los argumentos del otro para entender una idea y no para ganar una discusión; son esfuerzos mínimos que exige una sociedad contemporánea que realmente está dispuesta a evolucionar enfrentando los retos del futuro.

De lo más simple a lo complejo, comprendiendo que el chiste que se toma por inofensivo, el comentario procaz que se disfraza de piropo, el meme pornográfico, el post agresivo, son parte de esa violencia sistémica que nos conmueve, parte de esa cadena cultural que nos impide pasar de dicho en lo que legislamos, al hecho de lo que vivimos; entender que en este reto no hay acción mínima, que toda palabra es importante, asumirlo como una tarea muy urgente…porque por cada minuto que dejamos pasar, una mujer es víctima de violencia. (O)

* Presidenta de la Asamblea

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