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El Presidente Benes, que contaba con el total respaldo de la URSS, rechazó la propuesta de Inglaterra y Francia, las que montaron en cólera y le presentaron un ultimátum: “Si los checos se agrupan con los rusos, la guerra podría transformarse en una cruzada contra los bolcheviques. Entonces a los gobiernos de Inglaterra y Francia les sería muy difícil quedar al margen”. El gobierno checo aceptó el ultimátum.
Lord Halifax fue el encargado de entregar al Embajador Checo, Masaryk, el memorándum. Se produjo el siguiente diálogo, Lord Halifax: “Ni el Primer Ministro ni yo queremos darle consejo alguno con respecto al memorándum. Pero piénselo bien antes de responder negativamente a él. El Primer Ministro inglés está persuadido de que Hitler solo quiere los Sudetes, si lo consigue no reclamará nada más”; Masaryk: “¿Y usted cree eso?”; Lord Halifax: “Yo no le he dicho que el Primer Ministro esté convencido de eso”; Masaryk: “Si ni usted ni el Primer Ministro quieren darnos ningún consejo sobre el memorándum, entonces, ¿cuál es el papel del Primer Ministro?”; Lord Halifax: “El de correo y nada más”; Masaryk: “Debo entender que el Primer Ministro se ha convertido en recadero del asesino y salteador, Hitler”; Lord Halifax, un poco perturbado: “Pues, si le parece, sí ”.
Esa tarde, Chamberlain sostuvo en un discurso: “Qué horrible, qué increíble es que tengamos que abrir trincheras, ponernos máscaras antigás por la querella de un lejano país, de cuyo pueblo no sabemos nada”. Por la noche, Alemania propuso la realización de una conferencia entre Inglaterra, Francia, Alemania e Italia. La URSS no fue tomada en cuenta, tampoco Checoslovaquia, que en esta conferencia iba a perder el 20% de su territorio, el 25% de su población y el 50% de su industria pesada. A la delegación checa, que esperaba fuera del lugar de reunión, se le comunicó verbalmente el destino nefasto de su país. A sus delegados, que reclamaron indignados por lo monstruoso y absurdo de la resolución, se les contestó: “¡Es inútil discutir!”
Chamberlain regresó orondo a Londres, blandía un papel que, según él, aseguraba la paz por una generación. Para reafirmar sus palabras citó la frase de Henrique IV, de Shakespeare: “De la ortiga de los peligros sacaremos las flores de la salvación”. Al día siguiente, el periódico Izvestia le recordaba la réplica que sigue a la misma frase: “La empresa que has cometido es peligrosa, los amigos que me has enumerado son inseguros y el mismo momento ha sido mal escogido. Toda tu conspiración es demasiado liviana como para pesar más que dificultades graves”.
El drama de Múnich tiene epílogo: En marzo de 1939, las tropas alemanas entraron a Praga. Los “garantes”, Inglaterra y Francia, no movieron un dedo para prestar la mínima ayuda a Checoslovaquia. Habían echado a las fieras a España, Austria y Checoslovaquia, pese a la obligación que tenían de defender la independencia de los 2 últimos países.
Se podía pensar que Inglaterra y Francia le entregaban pedazos de Europa a Hitler para persuadirlo de que declarase la guerra a la URSS.