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El economista Jeremy Rifkin, en su libro La sociedad de costo marginal cero: El internet de las cosas, el procomún colaborativo y el eclipse del capitalismo (2014), sostiene que mientras más avanza la tecnología y más fuerte se vuelve la competencia, nos dirigimos a una sociedad de servicios y hasta productos casi gratuitos. Rifkin hace notar que para un capitalista la forma más segura de competir es bajar los costos de su producto. El autor pone de ejemplo el caso de Wikipedia, un buen servicio gratuito, así como las múltiples aplicaciones sin cargo que instalamos en nuestros teléfonos. Su argumento más fuerte está en que estos servicios gratuitos siguen creciendo.
Rifkin predice que pronto habrá una nueva infraestructura tecnológica (internet de las cosas, la llama) que reducirá al mínimo los costos marginales (en economía es el costo de producir una unidad adicional de un bien o servicio) en muchos aspectos. Y piensa el investigador que está naciendo una economía mixta, capitalista y ‘colaborativa’, que transformará la sociedad.
Según el autor, el capitalismo cede el paso a otro sistema: el procomún colaborativo. Y en su visión se van a reducir las desigualdades, no solo entre individuos sino hasta entre países. Hasta el ‘crecimiento sostenible’ (una inviabilidad física) supone que vendrá con el procomún colaborativo. Este economista aparece ante los capitalistas como un ufólogo (a veces hasta lo ven con la misma sonrisa condescendiente), pues imagina que puede haber vida sin capitalismo. El estudio de la sociedad de coste marginal cero es brillante, por decir lo menos, al igual que otros libros del mismo autor, como por ejemplo La civilización empática. El problema político, sin embargo, es evidente: el capitalismo no va a desaparecer sin dar una batalla final. Inventará nuevas formas de cobrar, hasta inventará un pago por el derecho a la gratuidad. Y ejercerá sus poderes políticos al servicio de sus intereses económicos.
Por otro lado, debemos recordar que cada vez es más sofisticada la tecnología y eso la hace vulnerable pero, a la vez, hace inaccesible su improvisación. En la II Guerra Mundial, por ejemplo, en los países ocupados por Alemania, se prohibía tener aparatos de radio particulares. Esto podía ser burlado con un poco de conocimiento técnico, embobinado una tubería de agua potable y con el uso de materiales improvisados. Hoy, sin WiFi o servicio de datos se acaba nuestra capacidad de comunicación por celular.
En Gran Bretaña, por ejemplo, se paga una licencia por el uso de la televisión (para subsidiar a la BBC, la televisión estatal), pese a que no faltan los evasores del pago. Entrando ya en la cuestión económica, Rifkin olvida que los derechos intelectuales casi no se pagan a los inventores; son los monopolios de los derechos de propiedad intelectual los que exigen esos pagos. Esos monopolios nunca se van a conformar con ceder gratuitamente tales derechos.
En un nivel superior, en la confluencia de las ciencias naturales con las ciencias sociales, Jeremy Rifkin no considera que aunque el capitalismo tenga cada día mayor eficiencia energética (cada vez menos uso de energía y combustibles para obtener igual o superior producto o servicio), cada vez usa mayor energía y combustibles, debido a su propia definición: el crecimiento económico sin límites. Y eso solo lleva a la destrucción planetaria. (O)