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El Telégrafo
Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

¿O los 'PachaLassos' o los 'NebotKutiks'?

24 de enero de 2016 - 00:00

El movimiento Pachakutik nació como un soplo de gran aliento para la democracia -en medio de una resistencia cultural desde la sociedad mestiza-, venciendo obstáculos como racismo, exclusión económica y marginación de élites políticas (de derechas e izquierdas). Nadie podrá olvidar cómo el diputado socialcristiano Alfonso Harb despojó de su sombrero a su ‘colega’, el también legislador Salvador Quishpe. Fue un acto simbólico de toda la soberbia de ese poder sobre el representante indígena.                       

Ese nacimiento también supuso una crítica al sistema de partidos, al modo de ejercer la política y al mismo tiempo una esperanza de renovar los flujos, relatos y narraciones de los sectores excluidos. Por eso convocó a grupos, organizaciones y personas mestizas, además de llamar la atención al mundo por la novedosa presencia política, incluso mucho antes de que surgiera en México el movimiento zapatista. Y, por qué no, gestó una admiración continental registrada en los tratados de historia contemporánea de nuestra región y motivo de estudio en algunas universidades del mundo.      

El tiempo pasa y ese romántico nacimiento va quedando bien lejos. Y ese movimiento está dividido a menos de tres décadas de su gestación, ni siquiera a favor de consolidar su propia lucha, conquistas y demandas. Ya tuvo una primera escisión (a finales del siglo pasado) cuando quisieron limpiarlo de mestizos y de “infiltrados”, como si fuera un acto de purificación.

Ahora no está dividido para sacar de la pobreza y la exclusión a decenas de miles de indígenas. Tampoco para consolidar acuerdos históricos para afrontar las nuevas demandas sociales, políticas y económicas de todo el país. No, ahora se ha dividido por apoyar o, por lo menos, pactar con dos líderes y grupos de la derecha ecuatoriana, bajo el supuesto argumento de que la interculturalidad y la pluralidad permiten acuerdos con todos los sectores, casi en la misma perspectiva liberal que defienden los editorialistas de la prensa privada y ciertos académicos ‘ultra progresistas’.

Con todo el respeto que se merecen quienes dirigen el movimiento indígena, es inconcebible que ahora se dividan entre los nebotsistas y los lassistas. Es decir que ahora la división obligue a graficar al movimiento entre los ‘NebotKutiks’ y los ‘PachaLassos’. Es inconcebible -porque no va a ocurrir- que el alcalde de Guayaquil invite a su casa en la isla Mocolí a Salvador Quishpe sin antes ofrecerle una disculpa pública por la ofensa de Harb (¿habrá pasado por su cabeza desayunar con las dirigencia indígena sin ningún protocolo?). Y más aún que el exbanquero y excandidato presidencial lleve a su casa a Jorge Herrera a tomar café o que lo visite en su casa en igualdad de condiciones, formalidades y respeto por cada una de sus familias. Si fuesen acuerdos o relaciones políticas reales sería normal verlos ir juntos al fútbol o a tomar una cerveza en un bar. Pero eso jamás va a ocurrir.

Nos han querido obligar a pensar que los indígenas usan a los socialcristianos o al exbanquero, pero todos sabemos que es al revés. Hay un uso perverso de la supuesta pluralidad y de la armonía. Que lo haga Ramiro González, César Montúfar o Andrés Páez es normal o entendible. ¿Dónde quedan ahora los legados históricos y de resistencia del movimiento indígena construidos en oposición a las ideologías y cultura que defienden, sustentan y desarrollan Lasso y Nebot? ¿O acaso los dos líderes de la derecha ecuatoriana han incorporado a su “sabiduría” una palabra en quichua, un capítulo de la historia de resistencia o entienden la lógica andina de nuestra nación? Será doloroso para Ecuador que la división entre los ‘NebotKutiks’ y/o los ‘PachaLassos’ constituya el fin de un período de incorporación a la lucha democrática de amplios sectores indígenas, ya no desde la resistencia sino desde la activa participación. Si ocurre será el fin de un ciclo para verificar hasta dónde han podido más las ansias de poder antes que las verdaderas y más íntimas convicciones históricas de sus líderes y dirigentes. Y de eso no están exentos aquellos mestizos que participan de esta división, disputa o interés. ¿Alberto Acosta podrá decir públicamente qué camino prefiere? ¿Los ex-MPD explicarán cuánto ha pesado su odio contra el actual gobierno para asumir esta división como parte de su propia iniciativa política o ausencia de solvencia intelectual para afrontar los retos del movimiento indígena y popular del Ecuador? ¿Qué aporte a la discusión harán ahora aquellos blogueros bien fondeados desde el exterior que con su moralidad y cierta pureza ideológica dictan normas de ética, civismo y responsabilidad pública como si desde ellos naciera la nación, el Estado y el fabuloso periodismo que añoran?

La plena convivencia democrática -como anhelan los liberales puros- no pasa por ceder principios mínimos ni borrar la historia reciente (ni siquiera hablemos la del siglo XIX y la mitad del XX). Ya hemos tenido capítulos oscuros de nuestra historia para saber dónde termina una división del campo popular. Duele escribir que Pachakutik agonice entre unos ‘PachaLassos’ y unos ‘NebotKutiks’ disputándose el favor de quienes estuvieron en contra de la Constituyente, del reconocimiento de la plurinacionalidad e interculturalidad, los consejos de igualdad, etc. ¿Jorge Herrera, Luis Macas, Nina Pacari, Mónica Chuji, Marcelino Chumpi, Salvador Quishpe o Auki Tituaña están convencidos de que uniéndose al PSC o a CREO obtendrán muchos más beneficios históricos que cuando hicieron alianza con PAIS? ¿Alcanzarán con ello las regiones especiales indígenas y tendrán la tan anhelada autonomía para sus poblaciones y podrán, por ejemplo, explotar las minas y el petróleo sin pedir permiso al Estado central?

Por ahora, más ha podido el odio. Y con los odios, por más que se justifiquen con una supuesta criminalización, solo habrá retroceso histórico. Es un sentimiento nefasto para la política porque ya sabemos que si con Rafael Correa no tuvieron todo lo que quisieron, a nadie le quepa la menor duda de que con Nebot o Lasso, Álvaro Noboa, Ramiro González o Lucio Gutiérrez tendrán mucho menos de lo alcanzado hasta ahora. Claro, con eso justificarán la eterna resistencia, como un valor supremo de su lucha, pero dejarán de lado el beneficio real y cotidiano para sus poblaciones, comunidades y organizaciones.  
Por supuesto, que ocurra ahora, en plena etapa pre electoral, calentando los motores proselitistas, no sorprende: la derecha indígena y blanco-mestiza ha trabajado para esto con suficiente tiempo y mucho dinero. Va por consolidar un bloque supuestamente diverso y plural, pero bajo la batuta ideológica socialcristiana (como consta en las gráficas: quien preside las reuniones es el alcalde de Guayaquil y le dejan a él el protagonismo principal). No se escribe una sola línea de las demandas indígenas, tampoco le dan espacio a las mujeres indígenas (ya sabemos dónde colocaron a Mónica Chuji y a qué distancia estuvo de las damas socialcristianas). Mucho menos han dicho una sola línea de las suscripciones territoriales indígenas o algo que se parezca.

Entonces, ante ese escenario el ejercicio de la política, en la búsqueda de una supuesta unidad nacional, marca un proceso de cooptación que no terminará en una mayor democracia, mejor economía y más soberanía. Eso lo saben los analistas y académicos que se muerden la lengua, los periodistas puros que miran para otro lado y las portadas de los diarios ‘libres e independientes’. Les preocupa o fastidia más qué hace un exministro ‘correísta’ en esa supuesta unidad, que lo se esconde en la foto, en las caras largas de algunos dirigentes y en la sospechosa e inédita alegría de un Paúl Carrasco de sentar a su izquierda a Nebot.

Y de ser cierto que se concreta la unidad -en los bloques de ‘PachaLassos’ y  ‘NebotKutiks’- desde ya nace la zozobra del sentido real que adquiere la disputa política. No se trata de vencer a Correa o a PAIS, lo real para el movimiento indígena y lo que queda de Pachakutik es saber qué quieren del proceso electoral y de llegar a la Asamblea. Ya sabemos cómo actuó Pachakutik en calidad de minoría en la era de la partidocracia y también tenemos las evidencias de a dónde fueron a parar sus ilustres diputados de entonces. (O)

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