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Al establecerse la rendición de los países de eje: Alemania, Italia y Japón, firmantes del Pacto de Acero, derrotados en mayo de 1945, se percibía una época de paz y esperanza para la humanidad.
Mas, muy pronto, todos tendríamos un despertar abrupto del sueño de un planeta en armonía y progreso cuando a principios de la década del cincuenta del pasado siglo se establecieron las zonas de influencias geopolíticas con sus aristas castrenses y sus conflagraciones de ‘baja y alta intensidad’, la de Corea y Grecia, también justicieros conflictos liberadores como el de Vietnam.
Y así la decadencia de los coloniajes: el francés, sumido en los horrores de una contienda cruel y sangrienta frente al pueblo argelino que buscaba heroicamente su independencia; y el inglés, sintiendo el desmoronamiento de su imperio, pues con la descolonización de África y el medio Oriente, ambos orgullosos imperios se tornarían en metrópolis dependientes de sus socios de ultramar o de sus ‘primos’ norteamericanos. Todo lo que implicó el surgimiento de dos grandes sistemas políticos sociales en la Tierra: el capitalismo norteamericano y el socialismo soviético, bipolaridad ideológica, confrontada en todos los campos en cerca de cuarenta años.
El mundo empezó a vivir entonces el enfrentamiento de estrategias de bloques económicos, con el amparo sustancial de estrategias y acciones militares, tales como la instauración de la OTAN, que abarcaban países del Occidente europeo, bajo la tutela de Estados Unidos. O de otros pactos menos significativos que se dieron en Asia y en el cercano Oriente, generados por la CIA que iniciaba su tarea nociva y operaba exitosamente en Irán, Irak, poniendo de manifiesto el nuevo ejercicio imperial mundial: el de Estados Unidos de Norteamérica.
El mismo que mostró muy pronto sus ansias de dominio, que ya había experimentado gozoso en su ‘patio trasero’. Desde luego en América Latina, asolada por el ‘Norte brutal’, apenas alcanzó su emancipación de España, en las centurias XIX y XX. Recordemos intromisiones armadas gringas en México, Centroamérica, el Caribe; Chile, Brasil Argentina, Bolivia y Uruguay, sometidos a tiranías genocidas financiadas y aupadas por ese poder omnímodo; las ocupaciones mortíferas de fuerzas estadounidenses en República Dominicana, Panamá, Granada, en estos tiempos; o las injerencias actuales en Afganistán, Libia, Siria, Palestina. Son los rostros del nuevo imperio en el tercer milenio.
La otra superpotencia, vencedora de la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética, generó su autodestrucción, a pesar del Pacto de Varsovia, con el que se inmiscuyó en situaciones internas de naciones, como Checoslovaquia y Hungría. Que si bien es cierto fueron liberadas de la peste nazi por el Ejército Rojo, eran Estados con fuertes sentimientos nacionalistas. La derrota de los procesos marxistas en esas repúblicas de Europa del Este franqueó el camino al desplome del socialismo, por lo menos la concepción marxista de la superación del capitalismo, en lo dialéctico.
Con la caída del campo socialista en el Viejo Continente se planteó el nacimiento de una nueva era humana, donde el neoliberalismo como doctrina y el capitalismo financiero como escudero resolverían los problemas del mundo. En pocos lustros, la población supo que era una falacia cruel montada por las transnacionales para apoderarse de la riqueza universal. Hoy, con los nuevos horizontes abiertos en el orbe, los fundamentalistas del establishment ya no nos hablan del fin de la historia, ahora lo hacen esgrimiendo destellos de una nueva guerra fría para enriquecerse más.