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Mientras los poetas cantaban las gestas de Aquiles y Odiseo, los pueblos griegos reconocían a sus héroes en las palestras, donde el agón —competencia reglada, con jueces y sanciones— convertía la destreza del atleta en gloria para la polis. Bajo la ekecheiria, la tregua sagrada que suspendía conflictos y abría caminos, aquellas contiendas ofrecían también un orden común entre las ciudades-Estado. El prestigio del vencedor trascendía los Juegos: la corona olímpica, el kotinos, podía exhibirse incluso en la guerra como signo de orgullo colectivo y emblema político de su ciudad. En ese cruce entre hazaña deportiva y poder cívico se gestó la primera alianza entre Estado y deporte: un sistema donde la autoridad regulaba, financiaba y convertía la victoria en capital simbólico y diplomático.
Como en una posta, la estafeta del deporte nacional ha cambiado de manos, marcando una cronología de instituciones y reformas. Entre 1964 y 1976 se modernizó el currículo escolar con la creación del primer Instituto de Educación Física. En 1978, con la Ley de Educación, nació DINADER, incorporando las primeras áreas técnicas para organizar un sistema inicial. En 1983 surgió el Consejo Nacional de Deportes (CND) para la supervisión del ecosistema y la fijación de reglas comunes con las organizaciones. En 1999 se suprimió DINADER y apareció DINSE, que asumió sus funciones. En 2001 el CND retomó las competencias del deporte nacional. En 2003 se creó SENADER y, en 2007, este organismo se elevó a la formalidad del primer Ministerio del Deporte. En 2018 se lo transformó en Secretaría del Deporte, pero en 2021 recuperó nuevamente el rango ministerial.
El 24 de julio de 2025, el Gobierno Nacional anunció la fusión de educación, deporte y cultura en un solo ministerio, reeditando una denominación ya existente en los noventa: Educación, Deporte y Cultura. A la par, la nueva Ley del Deporte, que lleva años en debate, se prevé que sea aprobada en los meses siguientes. Entre opiniones divididas sobre estas reformas, se abre un nuevo panorama para el deporte ecuatoriano. Deberá innovar y adaptarse a perspectivas distintas para garantizar el funcionamiento óptimo que demandan sus variables técnicas, de gestión y de talento humano, siempre en un marco que difiere del de la educación y la cultura.
Entre coronas y decretos, la polis de ayer nos recuerda que el deporte también gobierna destinos, dejando claro que ni la gloria ni la política pueden entenderse al margen de él.