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El Telégrafo
Melania Mora Witt

"Nosotros, los de entonces..."

16 de enero de 2016

“… ya no somos los mismos”, escribió Pablo Neruda en uno de sus célebres poemas, aludiendo a las mutaciones que el tiempo y las circunstancias provocan en nuestras vidas. Con el paso de los años y las experiencias, se adquiere madurez, serenidad y se decanta la  personalidad. Encontramos nuevos barómetros para medir las cosas y los hechos y, por ello, nuestra visión es más justa y desapasionada.

En relación a lo anterior y en lo político, hay una vieja y cínica aseveración: aquella de que a los 20 años todos somos incendiarios y a los 40, bomberos, suponiendo que con el tiempo viene la reflexión -y el cálculo- determinando modificaciones radicales en nuestras concepciones y conductas. Y algo puede haber de verdadero. Sin embargo, esa no parece ser  explicación suficiente para los  virajes que, sobre todo en el ámbito ideológico, vemos a nuestro alrededor. Asistimos a la transformación de personas a quienes llamamos compañeros/as alguna vez, por haber compartido con ellos/as sueños, proyectos, esperanzas, y que hoy vemos situadas en posiciones tan distantes, que van más allá de la deserción. Hay un cambio total que hace difícil hasta el diálogo amistoso, pues mantienen una actitud agresiva frente a los que no comparten sus nuevas posiciones. Ya no recuerdan -o prefieren no hacerlo- sus días de militancia en organizaciones progresistas; algunos(as) figuraron incluso como candidatos(as) en comicios en los que los acompañamos con nuestra adhesión.

Parecería que, entre nosotros, el pretexto para este comportamiento es una ciega oposición, lindante con el odio, al gobierno de Correa. Y en esa espiral opositora van perdiendo mesura y perspectiva. Ya no solo se oponen al gobierno del país, sino a todos los de signo progresista de la región. Todavía sorprende encontrar ciertos nombres -no todos- en comunicados que condenan, a veces hasta en términos grotescos, a figuras y procesos democráticos vecinos. En sus escritos y en forma despreciativa hacia los pueblos hermanos, ridiculizan a sus líderes, en actitud complaciente con la derecha, con la que comparten tribunas y manifiestos. Como se trata de intelectuales, es difícil pensar que no tienen la información suficiente sobre las situaciones que se viven en Venezuela o Argentina; hay ciertos vientos de oportunismo ante lo que pareciera ser el declive de la izquierda latinoamericana. En algunos casos puede haber desencanto o resentimiento frente a ingratitudes o injusticias reales o imaginadas de algún gobernante o de los errores que pudiera cometer; les falta grandeza para superar el problema personal y, más allá de los méritos o fallas del cantante, mantenerse fieles a la canción.

Sin embargo, hay muchos -esos imprescindibles de los que hablaba Brecht- que persisten y aún con la carga de los años mantienen los ideales de juventud. Porque hay en ellos algo que no cambia y mantiene su identidad: la fortaleza de las raíces en las que se forjó la existencia, permitiendo superar sus tempestades. La historia es justa y son sus nombres los que prevalecen. (O)

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