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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

No es lo mismo

04 de noviembre de 2015

Tal vez el triunfo del capitalismo anglosajón sobre cualquier otro consista en convertir cualquier cosa, por solemne que sea, en algo atrayente y divertido. La solemnidad no siempre motiva, y en ocasiones se presta a irreverencias burdas e innecesarias.

Siempre me ha parecido -con perdón de quienes veneran el patriotismo marcial- una  mala idea pretender sustituir los festejos de Halloween por la celebración de la efemérides del Escudo Nacional. Y antes de que la decepción cunda en los corazones de quienes me han leído hasta el día de hoy, haré unas pequeñas puntualizaciones: es cierto, por ejemplo, que la fiesta de Halloween (todavía) no pertenece a nuestra cultura y a nuestra idiosincrasia; sin embargo, no tiene nada que ver con la imposición de una fiesta patria. Se pretende que la gente pase del jolgorio de tentar su propio miedo a la oscuridad en medio del desenfreno, a saludar un símbolo patrio que, sí, representa algo que amamos, como es nuestro país, y unos valores que no siempre tenemos presentes… pero que no implica más desahogo emocional que ver un poco de cuñas en la televisión y recibir en la escuela alguna información ya olvidada. Y se pretende además que se haga con gusto. Por otro lado, también es cierto que mucho de lo que se hace en una fiesta como Halloween tiene una intención meramente comercial, eso de mover la economía a través de la venta de disfraces, adornos de frutas que aquí no existen (y si es que existen nadie las conoce) y de una iconografía extraña y perturbadora… Pero, ¿podrá todo eso ser sustituido por un símbolo patrio así como así? ¿No será mejor y más efectivo acudir a nuestras celebraciones vernáculas por el Día de los Difuntos? Las artesanías de mazapán de Calderón, por ejemplo, o la preparación de los tradicionales y deliciosos alimentos de estas fechas: colada morada, guaguas de pan, y otros…

No está mal recordar que un treinta y uno de octubre fue aprobado por decreto uno de los símbolos de nuestro país. Es una fecha que se puede y se debe recordar y saludar. Pero no es lo mismo eso que una celebración de raíces ancestrales (de donde sean) que además estimula a confrontar nuestros propios miedos y sombras. Tal vez podríamos evocar nuestra riquísima tradición de historias de aparecidos mientras saboreamos los deliciosos alimentos que nuestra gastronomía (más sabia que los decretos oficiales) ha creado para que en estas épocas recordemos a nuestros seres queridos con la nostalgia propia de las pérdidas, pero también con la certeza de darle a nuestro cuerpo un regalo que le devuelva la alegría y el deseo de seguir adelante por la vida. (O)

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