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El Telégrafo
Werner Vásquez Von Schoettler

No al neoliberalismo, no

17 de febrero de 2014 - 00:00

Ecuador vivió por más de treinta años bajo la égida del neoliberalismo. Las generaciones han cambiado. Para una nueva generación parece que es cosa del pasado, simple historia de miseria, no solo social y económica, sino de miseria política. Recordemos que el boom petrolero cambió el país pero duró poco ante la arremetida del neoliberalismo anglosajón en América Latina. Los años ochenta del siglo XX se los conoce como la década perdida porque lo poco o mucho que la región alcanzó, se perdió en manos del capital bancario y financiero que tenía como objetivo extraer el máximo de ganancias de nuestros países. Además se asoció a actores mediáticos y partidos políticos, los cuales vendieron la idea del ajuste estructural: planes, recetas, proyectos para que el país pudiera salir de la miseria.

El resultado fue devaluaciones, inflación creciente; que azotaba a la pequeña clase media, pero, sobre todo a los pobres, que siempre fueron la mayoría. Pérdida continua de empleos, bajos salarios, escasa seguridad social, bajo consumo, poco acceso a infraestructura y servicios básicos y encima la imposición mediática de un modelo de vida exitoso: el estadounidense. De la manera más sutil se inyectó el imaginario de un mundo mejor, del progreso y crecimiento para lo cual había que renunciar a toda forma de presencia estatal. El camino fue privatizarlo todo.

En el Ecuador hubo mucha resistencia social de ciertas izquierdas como de organizaciones y movimientos políticos progresistas. Fue una dura batalla hasta llegar los años noventa en que a pesar de la emergencia del movimiento indígena, el neoliberalismo hizo su mayor arremetida. Por un lado se invocaba a defender el territorio patrio frente al ‘enemigo’ del sur y, por otro, se aplicaban las peores medidas de ajuste macroeconómico con la obsesión de que el Ecuador se abra al mundo sin restricción alguna. La banca, sectores comerciales, importadores sacaron provecho de un consumo artificial impulsando las importaciones y haciendo todas las leyes que necesitaban para bajarse impuestos, hacer fundaciones, es decir, tener su propio Estado privado.

La clase media se ilusionó con ese consumismo que reventó en la crisis del 99. Por eso hoy no podemos caer nuevamente en la ilusión de una sociedad, de una ciudad controlada por el capital. El neoliberalismo es todo un sistema de valores: moraliza siempre a la política, invoca no al razonamiento sistemático, sino a las emociones de la revancha, al desquite, pero cuando llegan al poder, asumen que la privatización lo es todo. El resultado ya lo vivimos antes: pobreza, marginalización, mayor subempleo, reducción de empleados públicos, menos repartición de la riqueza, mayor desigualdad social y un fuerte racismo social. No podemos ser ingenuos y pensar que el neoliberalismo no toma formas nuevas, caras nuevas, son los hijos, los dogmáticos que aún piensan en un sistema de vida parecido al de las viejas haciendas coloniales.

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