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El Telégrafo
Cecilia Velasco

Niños enjaulados

23 de junio de 2018 - 00:00

Millones de ciudadanos latinoamericanos se han trasladado históricamente a EE.UU. Lo han hecho, como se sabe, porque no es posible que en sus países las necesidades vitales sean satisfechas. En la migración a EE.UU. debe verse el fracaso de los gobiernos y la política local, además de las relaciones internacionales, pues si hay desequilibrios regionales y grandes asimetrías, debería pensarse en un sentido que trascienda las fronteras.

En las últimas décadas, miles de latinoamericanos han arriesgado sus vidas para llegar a EE.UU., pues frente al endurecimiento de las leyes migratorias, se ha extremado el modo de burlar los cercos. A pie bajo el sol calcinante, a nado en trayectos azarosos, sobre el techo de un tren: todas son formas de huir del terruño que expulsa y arrincona. En muchos casos, el trayecto está plagado de peligros, que incluyen desde el obvio de ser detenido y expulsado, hasta los ser asaltado, violado, esclavizado, asesinado. Las formas modernas de comercio con los seres humanos se han refinado.

En una crónica de Vargas Llosa titulada “Los pies de Fataumata”, rendía él homenaje a una mujer africana que, habiendo huido de la barbarie tribal de su país, debió seguir huyendo en Europa: de los racistas que incendiaron la casa donde se refugiaba. Durante su doloroso periplo, muchos de los fugitivos de América Latina se encuentran no solo con horribles policías fronterizos, sino con bandas delincuenciales de latinoamericanos violentos y miserables. Los desplazados de los tiempos modernos pueden constituir familias enteras; ha habido menores de edad fugitivos enfrentando situaciones de riesgo incalculable.

La reciente medida de Donald Trump de ordenar encerrar en jaulas a los hijos de migrantes que acompañan a sus padres es un acto de extrema crueldad, una forma de tortura, pues el dolor moral que se impone como forma de escarmiento dejará secuelas severas e irreversibles. Entre mediados de abril y fines de mayo, casi dos mil menores de edad han sido separados de sus padres, migrantes ilegales y/o sospechosos de actos delictivos. La imagen de un galpón con jaulas dentro de las cuales miles de niños están cubiertos con papel aluminio no se irá tan fácilmente de nuestra memoria.

Amnistía Internacional considera que los fugitivos deben ser considerados refugiados, pues provienen de países atravesados por la violencia y la criminalidad. Varias de esas familias separadas a la fuerza están encabezadas por solicitantes de asilo. El dolor de que arranquen a un pequeño de los brazos debe ser inenarrable, como lo es el pasado oscuro que se soñó dejar atrás. Frente a la prepotencia de Trump se han manifestado muchas organizaciones norteamericanas que demandan el derecho de familia a permanecer unida.

Los latinoamericanos debemos demandar de nuestros gobernantes países más seguros, la ampliación de derechos, así como la exigencia de un diálogo Norte-Sur en el que se precautelen garantías de vida y circulación para refugiados, más si son menores de edad. (O)

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