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Escuchaba decir que los famosos muebles de Huambaló en Tungurahua no eran artesanales, pues se usaban maquinas en su fabricación. El concepto de “artesanal” en Ecuador es antediluviano y lo entendemos como algo que es fabricado íntegramente “a mano”, proceso que de darse, resulta en una producción lenta, fatigosa y no rentable. Por eso los artesanos están desapareciendo. Si los muebles fueran fabricados por los menonitas Amish, que son una agrupación religiosa cristiana norteamericana, caracterizada por sus restricciones en uso de las tecnologías modernas, podríamos decir desde aquí que sí son artesanales.
Ayudarse de pequeñas máquinas como cepilladoras o canteadoras y de herramientas eléctricas como taladros o sopletes -todas ellas exigen la mano humana para utilizarse- no convierten en “industriales” a los muebles de Huambaló, ni a cualquier producto que utilice maquinaria.
Yo comparto el concepto de Brasil, donde la mayoría del proceso productivo artesanal se apoya –obviamente- en máquinas que requieren la intervención humana. Un taladro no agujerea solo. La permanente manipulación del producto lo convierte en artesanal. Esa es la razón por la que en este país la producción artesanal por parte de núcleos familiares es impulsada por los gobiernos estatales y es el principal mecanismo como Brasil constantemente saca de la pobreza a millones de sus ciudadanos.
La producción industrial, realizada en grandes naves automatizadas y robotizadas, que producen en serie mercancías idénticas, de bajo costo, en Brasil, tienen una fuerte competencia por parte de la producción artesanal local, lo que regula el mercado, impide a los gigantes imponer precios y convierte a la artesanía en una forma rentable de vivir.
En un supermercado brasileño de una ciudad pequeña, veremos que la sección de salamis está abarrotada de productos industriales y artesanales de precios similares, pero en abundantes presentaciones, calidades y sabores, resultado de la oferta artesanal de muchas familias de la ciudad, lo que no da opción al producto industrial a elevarse a precios prohibitivos, como sucede acá, donde el mismo salami cuesta cuatro veces más que en Brasil, apenas existen unas cuatro marcas en todo el país que imponen sus precios, dado que no tienen competencia, sino que son un oligopolio que aburre y estandariza nuestra gastronomía.
Renovemos el concepto de artesanal para tener producción que regule el mercado, aumente y diversifique la oferta y genere fuentes de empleo digno.