Publicidad
Qué grandes emociones nos regaló el tenis en estos Juegos Olímpicos. En mi opinión, nunca el deporte blanco estuvo tan bien representado en esta cita, tanto en las pruebas femeninas como masculinas, en las que estuvieron presentes los mejores tenistas del mundo, dándole el lugar y el prestigio que se merece como deporte olímpico.
Recordemos que el tenis vuelve oficialmente a ser deporte olímpico en Seúl 1988, tras una ausencia de 64 años y poco a poco se ha ido consolidando y ganando aceptación hasta llegar a ser cita obligada en el calendario de todos los tenistas, situación que se fue dando gradualmente, pues en anteriores Juegos algunos de los mejores optaron por participar en torneos del circuito ATP, o incluso dedicar ese tiempo a descansar o entrenar.
En Londres 2012, el único gran ausente entre los varones fue Rafael Nadal, debido a una lesión en la rodilla, que todavía lo mantiene alejado de las canchas. Roger Federer y Novak Djokovic, los 1 y 2 del ranking, respectivamente, no participaron en ningún torneo después de Wimbledon preparándose para llegar en su mejor forma a esta competencia.
El número cuatro, el británico Andy Murray, después de su dura derrota en la final de Wimbledon frente a Federer, dedicó todos sus esfuerzos en lograr una medalla de oro frente a su propio público. Además, Djokovic tenía el incentivo adicional de que, en caso de ganar la medalla de oro, recuperaría también la primera posición del ranking mundial.
Federer, por su parte, buscaba el único título individual que no había conseguido, la medalla de oro olímpica, que lo convertiría en el tercer tenista masculino en la historia junto a Andre Agassi y su archirrival Nadal, en ganar el Golden Slam (Wimbledon, Roland Garros, US Open, Abierto de Australia y Oro Olímpico), y qué mejor oportunidad para él que hacerlo en el All England Club, escenario que fue testigo de 7 de sus 17 triunfos de Grand Slam.
Roger acaba de cumplir 31 años, el pasado 8 de agosto, y aunque ha declarado que le gustaría llegar a competir en Río de Janeiro 2016, sus opciones de ganar la ansiada medalla de oro serían muy remotas.
Roger llegó a la gran final después de superar en una complicada primera vuelta al colombiano Alejandro Falla por 6-3, 5-7 y 6-3. En segunda ronda venció al francés Benneteau, quien lo había llevado al quinto set en Wimbledon; en octavos de final al uzbeko Denis Istomin, en dos sets; en cuartos de final al gran sacador americano John Isner; y en una épica y maratónica semifinal al argentino Juan Martín Del Potro, por 3-6, 7-6 (5), 19 -17.
Pero al final sería Murray quien luciría la medalla de oro alrededor de su cuello, con sobra de merecimientos y demostrando una fortaleza mental que sorprendió a propios y extraños, pues no era una situación fácil recuperarse anímicamente de la dura derrota en la final de Wimbledon el mes pasado.
Su cuarta final de Grand Slam perdida y con sus detractores repitiéndole que nunca ganaría algo realmente importante, que su límite estaba en los Masters 1000, que ha cosechado en buena cantidad.
Sin embargo, el escocés les demostró lo equivocados que estaban y fue dejando en el camino a Wawrinka, Nieminen, Baghdatis, Almagro, hasta llegar a semifinales, donde venció a Novak Djokovic por 7-5 y 7-5 para plantarse en la final contra el mejor tenista de todos los tiempos, el que le había impedido coronarse en Wimbledon semanas antes, el maestro suizo Roger Federer.
En esta ocasión el resultado sería totalmente distinto. Murray apabulló al gran Roger por 6-2, 6-4 y 6-1, incluyendo una racha de 9 games consecutivos -desde 2 iguales en el primer set hasta 5-0 en el segundo- jugando un tenis sólido, atacando más y de manera más efectiva, con una convicción y aplomo que nunca se le había visto en una final con ese tipo de presión, apoyado incesantemente por el público londinense, situación que también manejó a la perfección y la usó como energía adicional.
Mucho tiene que ver en ese cambio de mentalidad el trabajo con Iván Lendl, ex número 1 del mundo en los años ochenta, quien también vivió una situación similar a la de Andy, perdiendo las primeras cuatro finales de Grand Slam que disputó y recibiendo numerosas críticas por ello.
Estoy seguro de que ahora en adelante veremos un Murray diferente, jugando más suelto, menos presionado, más positivo, más agresivo, con más confianza; y convencido de que ganar su primer torneo de Grand Slam es cuestión de tiempo. Sus principales rivales lo mirarán de manera diferente, pues saben que puede derrotar a los mejores en los torneos más importantes y cuando la presión es grande. Su primer Grand Slam podría llegar muy pronto, ¿por qué no el mes que viene, en el US Open?