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El Telégrafo
Ilitch Verduga Vélez

Muros altisonantes y muros mudos

23 de octubre de 2015 - 00:00

La frase  del uruguayo universal Eduardo Galeano con que se titula este artículo y que resume en forma magistral el pensamiento, referente a la doble moral y los sesgos viles de grandes órganos de difusión, parte del complejo industrial, militar y mediático de Occidente, actuando en forma antiética frente a determinados temas de explotación noticiosa. Las acciones propagandísticas de hechos que en lo político y social fueron y son relevantes aunque en contraposición, ocultar, negar acciones de la misma o mayor gravedad y condición, incoaron un principio cínico “suceso que no se publica no existe”. Galeano se refería al alzamiento de muros en latitudes de algunos países como medida que evite el tránsito, el ingreso, el escape de personas buscando mejores días y vida.

En la batida de trascendencias y titulares de primicias, crónicas y editoriales, en la década de los sesenta, frente a la edificación de la muralla de Berlín, por parte del gobierno de la extinguida RDA (República Democrática Alemana) se generó un escándalo periodístico masivo y monumental, cuya sistematización publicitaria se extendió hasta cuando se lo derribo. El error garrafal e injustificable de su construcción,- reñido sustancialmente con los principios del humanismo socialista-, y que en la encrucijada de la guerra fría se  lo intentó disfrazar de arquitectura fronteriza en una ciudad, dividida en cuatro sectores, fue sin lugar a dudas uno de los detonantes, entre otros, de la caída de los gobiernos, de la Europa del Este de la implosión soviética. La urbe berlinesa como excepción, a los pactos que pusieron fin a la II Guerra Mundial, se la fragmentó en  zonas de influencias de las 4 potencias: USA, Inglaterra, Francia la Unión Soviética, aunque estaba situada en el corazón del territorio asignado por los tratados de Potsdam, a los soviéticos. Así entonces Berlín mutó al mismo tiempo en un polo ardiente de la guerra fría y en  vitrina del consumismo y el hedonismo. Luego de la destrucción del vallar infame se vendió la consigna falsa e inicua de “fin de la historia”.

Sin embargo, el presente siglo  es testigo de los nuevos levantamientos de barreras de concreto, coronadas con alambres de púas electrificadas a voluntad, para hacerlas infranqueables. Se erigen desde hace algún tiempo en los dos hemisferios. En EE.UU., en la frontera con México para abortar la migración de los ciudadanos del sur del río grande. En España para impedir el paso de africanos; en Israel para cercar a los palestinos en un campo de concentración  gigantesco. Y últimamente la fabricación en el estado judío de un paredón, para aislar a la población árabe en barrios al interior de Jerusalén, nos evoca el trágico Gueto de Varsovia como forma de segregación y exterminio. En la Hungría de los herederos del dictador fascista Horthy se ha edificado un dique monumental para frenar el camino de los refugiados de Siria, en su senda hacia el sueño germano, que ya es una pesadilla de las más terribles, dolorosas.

En suma, el eufemismo y la hipocresía de la civilización judeo cristiana, no han impedido mostrar al mundo los aparatos ideológicos  del poder  capitalista en sus formas más deleznables e impiadosas  de vulneración de derechos y garantías para todos. La conjunción de los sucesos noticiosos fundamentales, en la circunstancia falaz de las grandes cadenas de prensa escrita radial y de TV, del orbe desarrollado, es expresión de que la ingrata tarea de desinformar, mentir, falsear, omitir y silenciar hechos  reales es una estrategia global que convirtió en el pasado a acciones como las del muro de Berlín en fuente de diatriba merecida, y a otros de mayor cuantía en silentes esfinges de oprobio y degradación de la condición humana. 

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