Ecuador, 15 de Mayo de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Ximena Ortiz Crespo

La mujer en la ciencia

12 de febrero de 2022

Mi amiga científica recuerda que su padre enseñaba a sus hijos geografía haciéndoles repetir de memoria los nombres de las montañas alrededor de Quito: “Pichincha, Atacazo, Corazón, Ilinizas, Cotopaxi, Sincholahua, Antisana, Cayambe”. Cuando ella no podía acordarse de los nombres, él cariñosamente le decía algo así como: “bueno, eres mujer, no importa”.

 

Desde entonces ella ha tenido que batallar toda su vida para convencer a sus colegas y profesores que puede conocer, analizar, enumerar la tabla de los elementos de la química, las leyes de la física, las clasificaciones de la anatomía, las especificaciones de los insumos de laboratorio. Así es como llegó a graduarse de PhD el año pasado en una universidad europea.

 

Las batallas de las mujeres respecto a ser reconocidas y aceptadas en las ciencias del llamado STEM es de vieja data. Prueba de ello es una foto de Marie Curie, en 1927, en la que consta como la única mujer entre 29 científicos de alto nivel, incluido Einstein. Las habilidades STEM –una sigla en inglés para las de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas– están consideradas en el mundo actual como las que empoderan a las personas para tener éxito y para que puedan adaptarse a un mundo tecnológico cada vez más complejo y cambiante. Facultades que, según los expertos, conducen a la innovación necesaria para sostener la economía.

 

Muchas mujeres que escogen una especialidad STEM van a la universidad hasta el tercer nivel, pero, a pesar de tener buenas notas, desisten de seguir en la investigación y conseguir un grado superior en ciencias. Sus experiencias, lo narran ellas mismas, las distraen de su propósito: no tienen modelos femeninos a seguir, los obstáculos a los que se enfrentan son enormes, pero sobre todo carecen de estímulos en los ámbitos educativos y familiares para proseguir.

 

El caso de mi propia madre lo ejemplifica. Dotada de una intuición y una creatividad sorprendentes, amaba aprender y experimentar. Antes de cumplir quince años había arreglado el microscopio de mi abuelo médico porque en Cuenca no había quién se pudiera hacer cargo de la compostura. En su vida de madre de familia estaba continuamente moneando aparatos que no funcionaban y poniéndolos en perfecto estado. Lo mismo hacía con cualquier proyecto que tenía en mente, ya fuera un árbol de Navidad novedoso, o al utilizar la más variada gama de materiales, o realizando cálculos físicos y diseños geométricos en sus obras de arte. Su nieto científico Juan Diego considera que ella podría haber participado en concursos internacionales de innovación. Mi madre tenía sus habilidades motoras tan desarrolladas por todas las costuras, tejidos y diseños que hizo en su vida que habría estado perfectamente preparada para trabajar en un laboratorio si hubiera tenido la educación en ciencias exactas. Sus conocimientos científicos dejaron estupefactos a los presentes en un museo europeo cuando, ante el péndulo de Focault, explicó por qué ese péndulo no podía funcionar en tierras ecuatoriales.

 

Los estudios que se hacen sobre las mujeres en las ciencias proporcionan pruebas contundentes de un sesgo continuo contra la especialización de ellas en estos campos.

Veamos algunas de las razones que dejan fuera a las mujeres de las perspectivas laborales, el prestigio, el estímulo intelectual y los ingresos que les podría proporcionar una carrera científica.

 

El determinante más poderoso para que una mujer persista en el estudio de las ciencias es tener a alguien que la aliente para hacerlo. Otra razón es la inequidad en el cuidado de la familia; por ejemplo, las que estudian posgrados dicen que les preocupa si podrán enseñar o realizar investigaciones una vez que tengan hijos. Aun las que llegan a hacer doctorados y practican sus profesiones reciben menos financiamiento para: contar con laboratorios, tener apoyo administrativo, disponer de equipos y trasladarse para sus investigaciones. Esos resultados se derivan de “un sesgo a menudo inconsciente que va en contra de las mujeres”, dice el Instituto Estadounidense de Física en su estudio producto de una encuesta entre 15 mil físicos, hombres y mujeres, en 130 países.

 

El asunto relacionado con salarios de profesionales en la ciencia en la academia ecuatoriana merecería un estudio particular. Se conoce que muchas mujeres científicas, profesoras de universidades, con iguales o mejores perfiles profesionales que sus colegas varones, reciben menores ingresos.

 

¿Qué podemos hacer para que esta realidad cambie? En las universidades ecuatorianas, cincuenta años después de que las mujeres comenzáramos a exigir cambios, un pequeño número de autoridades y administradoras son mujeres. Las guarderías están más disponibles. Los decanos y directores de carrera parecen estar comprometiéndose a aumentar el número de profesoras. Pero es necesario que las políticas de la educación superior profundicen en la igualdad de las mujeres en la ciencia y efectúen de una buena vez la discriminación positiva.

 

¿Cuándo empezamos? Mi sobrina parvularia lo empieza a hacer ya con las actividades lúdicas con sus pequeñas utilizando juguetes de ciencia, como los dinosaurios, para enseñar sobre las glaciaciones, el clima, la biodiversidad, el espacio y más. Utiliza también juguetes matemáticos –como los ábacos, los quipus y los mullos– para enseñar a contar, sumar y restar. Y juguetes de construcción, como los legos, que en manos de las niñas se convierten en herramientas de ingeniería.

 

El Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia se celebra el 11 de febrero de cada año. En Ecuador, instituciones como la Fundación Zoológica y las universidades están haciendo lo posible para divulgar la importancia de que las familias, los educadores y la sociedad guíen a las niñas en el campo de las ciencias.

Contenido externo patrocinado