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El Telégrafo
Ilitch Verduga Vélez

Morir en París

27 de noviembre de 2015 - 00:00

Los atentados terroristas acaecidos en París, el 13 de noviembre pasado, con centenas de muertos y heridos, y la perspectiva sangrienta de explosiones aterradoras, en el resto del planeta, por los poderosos traficantes del terror, colocan en el escenario mundial, a toda una canallada vil y opresora, que pareciera tomar enormes cantidades de almas inocentes compitiendo en su ritual de barbarie con la locura nazi. Estado Islámico, versión acabada del relato vampírico de Mary Shelley Prometeo o Frankenstein, que carente de identidad se vuelve contra sus creadores, en este caso los servicios secretos occidentales y judíos. Pero hay que señalar y que sufrir evocando la crueldad mitológica de los que se nutren con los negocios de armas, y quienes, en el umbral de dos guerras mundiales, especularon con el destino de millones de antiguos súbditos del imperio turco, los pueblos árabes.

Y es que el fin del Imperio otomano y la disputa a dentelladas de su despojos, por parte de las potencias occidentales, específicamente Inglaterra, Francia, son acontecimientos históricos, dignos de tomarse en cuenta si se busca la verdadera etiología de la gravísima situación con visos de tragedia que se gesta en tierras árabes y europeas con implicaciones duras para la paz mundial. El régimen, que en sus tiempos de mayor poderío se extendía por tres continentes, y estuvo en las caóticas relaciones de confrontaciones bélicas Este- Oeste, durante seiscientos años, desapareció.

Los siglos del dominio turco sobre buena parte del medio y cercano Oriente, del sureste europeo y el norte de África, generaron políticas extremas de guerra y paz hasta el siglo XX, cuando unido al imperio austrohúngaro y alemán fue derrotado en la Primera Guerra Mundial, en la que participó dado su interés por la vía a Suez. A pesar de haber sido derrocado en 1909 el último sultán Abdul Hamid II por la revolución de los jóvenes turcos y el desmembramiento de su monarquía absoluta en la Europa Oriental, Turquía tenía aún presencia en los territorios de la Península Arábica y el Oriente Medio donde la rebelión de las tribus autóctonas, con el apoyo bélico y el dinero inglés y francés le dio el golpe de gracia. Entonces apareció la rapiña monopólica y solventó la génesis de protectorados y mandatos con máscaras de Estados nacionales. Y así nacieron: Irak, Siria, Kuwait, Palestina, Arabia Saudita, Emiratos, Yemen, todos con rasgos culturales similares, y una maldición original: su riqueza petrolera. Durante una centuria, varias generaciones padecen el yugo real y los excesos de una fe traducida en afán de supremacía de minorías antes que en el fin doctrinal. Los pocos Estados laicos de esas latitudes que germinaron fueron borrados del orbe por la OTAN. El islam, entonces, utilizado a veces como escarnio de DD.HH. y formas medievales de poder, hoy aparece frente a Occidente como una realidad diabólica y perversa, a la que hay que extirpar.

La problemática actual, en toda su suprema necedad, está a punto de obligar a las poblaciones a integrar las grandes columnas del pandillerismo universal, donde en un lado estarán los buenos; los países desarrollados; y la larga fila de los malos, léase las patrias pobres, de tez oscura, y sus migrantes, “los condenados de la tierra”. Expirar en París no solo será una consigna de poetas, puede ser la muerte de la civilización humana y de su condición creadora. Mas, aunque sigan en su tarea, provocadora y demencial, para agradar a sus jefes, aquellos que roban el petróleo, en Libia, Irak y Siria, y lo venden a sionistas, cómplices de los crímenes brutales del EI, no pasarán. Las reservas espirituales de la humanidad están todavía intactas y dispuestas para evitar la barbarie. (O)

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