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El Telégrafo
Roberto Follari (*)

Morales, el apoyo mayoritario

17 de octubre de 2014

Dice algún politólogo boliviano que Evo se corrió últimamente hacia ‘el centro’ del espectro político. No es muy claro qué se signifique con ello, pero sí lo es que Evo concita ahora un apoyo aún mayor que antes, y que ha logrado que las acechanzas principales a su gobierno desaparezcan del horizonte cercano.

En todo caso, que ya no solamente se apoyó en indígenas y campesinos: ahora también el voto llegó de las incipientes clases medias de ese país, y hasta de algunos sectores empresariales que aprovechan la estabilidad económica que el Gobierno actual ha podido conseguir.

Lo cierto es que la victoria electoral esta vez ha llegado a zonas del país que antes le fueron claramente adversas al Gobierno, como sucede en el caso de Santa Cruz. Y que las acciones de desestabilización que tanto afectaron a Morales en sus primeros tiempos de gestión hoy resultan distantes e inviables.

Sin embargo, muchos en el campo intelectual, aun el que se asume de izquierda, permanecen escépticos respecto del Gobierno. Argumentan que este se habría cerrado sobre sí mismo, que sus máximas figuras concentran mucho poder, que no se estaría escuchando lo suficiente a quienes piensan diferente.

Esas críticas y objeciones, que me tocó escuchar personalmente en reciente viaje a Cochabamba, no siempre parecen suficientemente fundadas. Y es verdad que con su voto el pueblo ha dado un claro espaldarazo a las máximas figuras del Gobierno nacional, haciendo caso omiso de ese tipo de críticas.

Una de tales críticas se hacía eco de las que se formulan desde la derecha en algunos de nuestros países: el Gobierno estaría acallando a la prensa opositora. Tal objeción es un tanto paradojal cuando, en el caso de Argentina (que no es el único) tenemos que soportar la ofensiva mediática privada, desde la cual la llamada libertad de prensa solo para unos escasos dueños de cadenas de medios, permite una campaña insidiosa, desgastante, permanente y maliciosa contra las autoridades del Estado elegidas legítimamente por el voto popular.

A pesar de ello, vale la pena atender a los reclamos que algunos puedan formular. Sin dudas que nada es peor que encerrarse en los propios puntos de vista como si fueran los únicos buenos.

Los gobiernos nacional-populares latinoamericanos están sometidos a tal ataque de parte de las derechas, que se les deja escaso lugar y tiempo para la autocrítica. Pero la misma siempre seguirá siendo útil y necesaria, para no separar Estado de sociedad civil, y para que los gobiernos no escuchen solamente a quienes ya están convencidos en su favor. Una agrupación política tiende a decaer cuando deja de ser permeable a demandas que no son solo las propias.

Así, en un escrito póstumo, Ernesto Laclau mostró que, además del eje vertical de demandas que sintetiza un gobierno popular, está el eje horizontal de la autonomía de los actores sociales; los dos ejes se articulan en tensión necesaria entre ellos. Ojalá que nunca abandonemos uno por solamente atender al otro, y así la decisión de asumir un Estado que trabaje por las grandes mayorías no impida dialogar y avanzar con demandas que puedan surgir desde movimientos sociales múltiples, no siempre afines a la posición gubernamental.

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