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El Telégrafo
Oswaldo Ávila Figueroa, ex docente universitario

Monumentos, preseas y dádivas

30 de agosto de 2014

La revolución cultural se hará factible en su amplitud, cuando se decida terminar con la inveterada costumbre de venerar en extremo a los falsos valores. En nuestro medio no hay espacio público para el reconocimiento de personajes ilustres, que en el transcurso de la historia se destacaron en causas nobles al servicio de sus semejantes, sin esperar recompensa. Hoy, por el interés partidista, la vanidad y la riqueza, sobresalen con apariencia de redentores, hombres y mujeres que, malévolamente, enseñan a transitar por el camino fácil hacia la fama barata y fugaz.

El monumento se erigió en honor a los hombres y mujeres que en el intenso peregrinaje de la vida de los pueblos invirtieron heroicidad y sacrificio por alcanzar la independencia y libertad, y en otro ámbito, su aportación al desarrollo de la ciencia, el arte, la educación y otras aristas de la cultura universal; en general a las personas que entregan todo de sí, a cambio de nada. Es que solo los mezquinos, con el adulo y la mentira, buscan posiciones relevantes, como pago inaplazable.

Da mucha pena contemplar, cómo en un exceso de ruindad se exalta la mediocridad y se silencia la valía de los constructores de la nueva patria. En el colmo de la audacia, el aventurero se elogia a sí mismo y busca aliados para acumular preseas y condecoraciones. Entre ellos se reparten alabanzas con el apoyo de los medios contratados para fines publicitarios y propagandísticos. No cabe duda de que los falsos valores han logrado, mediante estratégico contubernio con el poder económico y mediático, ficticia relevancia; y en algunos casos, se los ha tratado de convertir en apóstoles.

En el monumento se refleja el aporte sublime de hombres y mujeres que enaltecieron a la patria y dejaron un ejemplo de lucha de principios a las nuevas generaciones para que seleccionen el correcto camino y continúen en la contienda, siempre en busca de mejores días para los ecuatorianos. Esa excepcional misión cumplieron los grandes de la historia, Bolívar, Sucre, Rumiñahui, Montalvo, Rocafuerte, Olmedo, Espejo, Manuela Cañizares, Eloy Alfaro, entre otros ilustres personajes, inmortalizados. Definir la erección de un monumento a la prepotencia, abuso y cobardía es actitud que avergüenza y atenta contra el honor y dignidad de un pueblo. El monumento no es para los pequeños de espíritu, sino para los grandes que anhelan el bienestar de los demás.

En el ámbito periodístico, recuerdo a Justino Cornejo, Eduardo Arosemena Gómez, Ezequiel Abad, Felipe Benites, José Capobianco, considerados leyenda en el diarismo, por su verticalidad y perseverancia profesional durante décadas, pero sin una expresión de reconocimiento como abanderados de la comunicación social. Observo calles, avenidas e instituciones educativas con nombres de personas con el único mérito de haber desempeñado un cargo significativo en la administración pública.

En actos importantes suelen ignorar a maestros que engrandecieron su misión y exaltan a otros por compromiso político, amistad o adulo y los colman de preseas y medallas.

Hoy vivimos otros tiempos, el régimen de la Revolución Ciudadana, con el liderazgo de Rafael Correa. Es el gobierno de la verdad y justicia. Aún quedan los atrasados que se aferran al ayer y persisten en sus privilegios al margen de la ley. Utilizan la dádiva, la mentira y la amenaza como medio de presión para alcanzar logros, pero se agotan sus recursos porque el pueblo ya identificó a sus adversarios y se adhirió a la era del cambio.

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