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El Telégrafo
Ketty RomoLeroux G.

Monseñor Romero y la Iglesia de los pobres

04 de junio de 2015

El pasado 23 de mayo tuvo lugar en la República de El Salvador una hermosa y significativa ceremonia religiosa: la beatificación de monseñor Óscar Arnulfo Romero. Luego de 35 años de su asesinato, ocurrido el 24 de marzo de 1980, cuando celebraba la misa, en el momento de la consagración de la hostia, en la capilla del hospital La Divina Providencia, en la capital salvadoreña. Un crimen de lesa humanidad. El 3 de febrero en curso, el papa Francisco lo reconoció como un mártir de la Iglesia católica, con lo que aprobó su beatificación, sin tener que justificar la realización de algún milagro. ¿Cuál fue la obra cristiana que lo eximió de esta exigencia religiosa?

Su compromiso con los pobres, con los campesinos, con los explotados. Con los dolores y luchas de su pueblo. Su adhesión a la Iglesia renovada, que nació en el Concilio Ecuménico II en 1962, bajo la dirección de la sabia y bondadosa figura del papa Juan XXIII. La de la Teología de la Liberación. Que rescató los principios del Cristianismo Primitivo, cuando era la religión de los humildes y de los esclavos. La del compromiso en la lucha nacional liberadora. Muchos fueron los teólogos que se adhirieron. Monseñor Óscar Romero fue uno de ellos. Entendió el problema social y ofrendó la vida por los sectores marginales. Su muerte es el símbolo de la violencia de la oligarquía y los militares contra la Iglesia y su pueblo.

El 3 de junio de 1963 falleció Juan XXIII. Le sucedió Paulo VI. Después de la muerte de este en 1978, el nuevo Papa tomó el nombre de Juan Pablo I, pero falleció repentinamente 35 días después de su elección. Se rumoró que había sido envenenado. Le sucedió el cardenal polaco Karol Wojtyla, quien tomó el nombre de Juan Pablo II, el cual censuró la Teología de la Liberación y persiguió con saña a sus miembros. Se jactó de haber liquidado junto con la CIA y el imperio yanqui al campo socialista. A su muerte le sucedió el alemán Benedicto XVI, el 19 de abril de 2005. Exmiembro de las juventudes hitlerianas. Combatió la Teología de la Liberación. Se declaró inepto para resolver los problemas del Vaticano y renunció. El 13 de marzo de 2013, el cónclave eligió como nuevo Papa al jesuita argentino Jorge Mario Bergoglio, quien manifestó su voluntad de ser reconocido como Francisco, en honor al Santo de Asís. Fue él quien aceleró el largo proceso de beatificación de monseñor Romero, asesinado por sus firmes ideales humanistas. Es profundamente lamentable que no se haya impulsado el juicio penal por tan horrendo crimen. Ojalá lo haga el papa Francisco.

De paso comentamos que, a comienzos de julio, nuestro país recibirá la visita de aquel ilustre personaje. Un gran acontecimiento religioso. No sin antes haber reconocido el pasado 15 de mayo a Palestina como Estado independiente y canonizado a dos religiosas también palestinas. “Eres un ángel de paz”, le dijo al presidente palestino Mahmud Abas, al recibirlo dos días después en el Vaticano.

Todo aquello nos lleva a pensar que el papa Francisco está dispuesto a rescatar los verdaderos principios del Evangelio, en un momento histórico tan complejo como el que vive la humanidad de hoy.

Fue él quien declaró Beato a monseñor Romero en el proceso de su santificación. No solo de El Salvador, sino de nuestra América. (O)

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