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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

Modos de estar en la vida

05 de agosto de 2015

No se trata de política, sino de actitud. Como diría el gran Fito Páez: “Es solo una cuestión de actitud”. Puede estar en la oposición o en el oficialismo, no importa, son las actitudes ante la vida que toma cada ser humano, impulsado por su mayor o menor compromiso con el mundo en que vive, o impulsado por el deseo de pescar a río revuelto o de obtener ganancia secundaria de cualquier circunstancia.

Por ejemplo, está la actitud de espejo: miramos en los demás aquello en lo que nos reflejamos. E, inconscientemente, solemos proclamarlo a gritos, sin darnos cuenta de que estamos hablando de nosotros, no de otro. Vivimos de percepciones, de rumores, de  mentiras repetidas como verdades que ni siquiera nos preocupamos de comprobar antes de lanzarlas a los cuatro vientos.

Por otro lado, se dice que nada une tanto a dos seres humanos como el odio a un tercero. No importa que después también los que odiaban al unísono acaben de enemigos. Lo que se busca es la destrucción en sí misma. Después se verá qué hacer con el subsiguiente odio. Está también la actitud de víctima. Es primorosa. Todo es en contra de ellas. El mundo se ha construido para hacerles daño. Las víctimas son quizá de los seres más peligrosos del planeta. Toda ley sugerida o expedida es en su contra. Fingen perdonar, pero no olvidan. Y se creen con derecho a la venganza, incluso aunque el destinatario del acto vengativo no tenga nada que ver con los agresores originales. Miremos si no a cierto gobierno del Medio Oriente que hasta ahora está vengándose con quien tienen a la mano de un Holocausto de hace más de setenta años. Las víctimas, como dije, pretenden incitar a la lástima y rasgarse las vestiduras lloriqueando cuando se sienten alcanzadas por alguna ofensa, palabra mal sonante o voz potente. Pero en ocasiones se indignan, y entonces se vuelven realmente peligrosas. ¿Por qué? Porque generalmente se convierten en perpetradores y terminan haciendo lo mismo que a ellas les hicieron, solo que por un buen motivo, que defenderán hasta lo último, de ser necesario.

También está la actitud de la protesta per se. Derecho humano, sí. Pero no basta. La protesta que parte de un empeño en destruir por destruir, desestabilizar o crear caos para medrar no tiene asidero ético si no trae aparejada una buena propuesta. Es irresponsable pretender que agitar una bandera negra, gritar en una calle o romper las piernas de un policía es heroísmo. El heroísmo es asumir el reto de cambiar, y pagar el precio que sea, pero jugárselas por un cambio que vaya más allá del grito o la revuelta. (O)

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