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El Telégrafo
Alfredo Vera

Migración y refugio despiadado

03 de noviembre de 2015

El desate de las guerras internas de cualquier origen o pretexto, en el oriente de Europa, en el Medio Oriente y en el mundo árabe, muchas de ellas utilizando armamento sofisticado y de gran calibre, así como mercenarios y dinero proporcionados por algunas de las grandes potencias, ansiosas de ampliar su área de influencia y dominio de mercado, han generado un inédito atentado contra la integridad y la dignidad humanas, provocando las masivas movilizaciones de familias enteras y poblados que huyen con apenas las vestimentas y algunos mendrugos, abandonando todo lo poco que lograron generar en sus terruños.

Esas centenares de miles pobres familias, llevando a cuestas mujeres, ancianos y niños, afectados por el hambre y las inclemencias del tiempo, circulan por donde les permitan, sin destino ni esperanza alguna para encontrar lugar para afincarse, convirtiéndose en parias errantes.

Los gobiernos de esas potencias, como es evidente, después de haber utilizado instancias como la OTAN o intervenciones directas con los grupos terroristas, hoy están pagando con mano ajena esa nefasta política irresponsable, aunque pretendan ocultar su garra ejecutora, cuando el problema ha desbordado todo control y las ciudades son afectadas por esas invasiones y bombardeos de refugiados o migrantes forzados e improvisados, que antes nunca habrán pensado ni preparado para asumir esa dolorosa condición.

El caso de Siria es uno de los más elocuentes y también revelador para juzgar este fenómeno recién instaurado y que se lo ve desbordarse cuando ya tiene un costo irreversible e impagable, dado que, como es evidente, se trata de un viaje sin destino ni retorno.

Para agudizar esa desesperanza, los gobiernos responsables por acción u omisión de esta tragedia ni siquiera se reúnen  para encontrar algunas políticas sociales y lograr frenar este trágico proceso comparable solo con las tragedias que se desarrollaron en la Segunda Guerra Mundial, asignándole urgente solución y un gran aporte de piedad y de absoluta solidaridad.

El papa Francisco ha invocado a los gobiernos del Primer Mundo y a todos los demás a obrar con premura y con una actitud de comprensión en beneficio de los que menos culpas tienen en este drama.

Los órganos de integración de nuestro continente, Unasur y Celac, podrían -o deberían- hacerlo dando ejemplo de solidaridad humana, por encima de fronteras territoriales, políticas, religiosas o de cualquier orden y sin tomar en cuenta las grandes distancias que nos separan.

Tan grave como lo que les está sucediendo a esos millares de familias será el que deban asentarse en las periferias de las ciudades, formando adicionales cordones de miseria y a vivir sin servicios básicos y elementales y dejar sin educación a miles de niños.

La tarea para los europeos no es solo conseguir dónde ubicarlos, sino programar un proceso de determinación y gestión para lograr establecer las condiciones en que se encuentran sus comarcas o terruños y si se superaron las causas que los obligaron a adoptar tan extrema y suicida resolución, para que puedan recuperar su identidad nacional. (O)

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