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Desde el retorno a la democracia en el 79 hasta los años 90 los partidos coparon el espacio electoral, este monopolio originó cúpulas políticas mezquinas, con intereses corporativos, económicos y desconectados de la ciudadanía.
El hartazgo de los partidos desembocó en una crisis política que llevó al asenso y descenso de Bucaram en 6 meses. Así el mismo establishment promovió las reformas del año 94 y 97, abriendo los partidos a los no afiliados, voto entre listas y la presencia de independientes en el parlamento.
Pasamos del anti-populismo al desgobierno de Abdalá y sus cuarenta mafiosos. De la elección de Mahuad -hombre de partido- al descalabro de la economía, la dolarización a 25 mil sucres y el feriado bancario. Todo esto en el gobierno de la democracia cristiana, la misma que acompaña a Lasso.
Luego fue el turno de Gutiérrez, acompañado de un fortalecido movimiento indígena y toda su familia; que también fue defenestrado por unos forajidos, siendo el trasfondo de su salida las denuncias de corrupción y disputa por contratos petroleros.
Posterior a eso, ni Roldós ni Noboa lograron captar la confianza del pueblo; lo hizo Rafael Correa con la alianza 17-35 y nuevamente acompañado de socialistas, progresistas, independientes y scouts. Gobierno de más de diez años que se alejó de sus aliados, excepto los scouts y terminó generando una corriente personalista al puro estilo del fujimorismo.
Está claro que el Ecuador carece de partidos políticos, de instituciones, que sería mejor volver a foja cero y desbaratar el mercadillo de candidaturas cuya única pretensión es el fondo partidario, la negociación de la franja electoral y el poder para seguir siendo una élite, sin afiliados, sin ideología y sin respaldo popular.
Una élite que negocia el poder, rellena papeles con ilustres desconocidos o delincuentes; que alquila membretes a conveniencia, coloca autoridades sin mayoría de votos y debilita aún más nuestra democracia. (O)