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El Telégrafo
José Velásquez

Matavilela y Guayaquil

27 de septiembre de 2021 - 07:41

La angustia del desalojo y la vulnerabilidad de las casuchas. La marginalidad camuflada en lo cotidiano y en el pasar de los carros frente al parque Victoria. Hace calor, hay ruido y el guayaquileño devora las veredas cuarteadas mientras esquiva charcos. Los domingos los olores del Mercado Central alcanzan la Pedro Pablo, cerrada con piedras porque los muchachos se juegan las canillas en un feroz partido de indor. Algunas señoras observan el pasar de los minutos desde la ventana. Otras señoras se roban la noche desde las equinas.

No hay mucha diferencia entre el Matavilela del fantástico Jorge Velasco Mackenzie, con la vida del centro del Guayaquil de hoy. La fórmula de la desigualdad de hace 30 años, cuando publicó “El rincón de los justos”, es la misma que nos retrata hoy. La que engendra monstruos disfrazados de mesías que bailan rock en la tarima mentirosa con Jesenia o los que guitarrean con agrios gallos en el micrófono.

Velasco Mackenzie acudía a las palabras de la calle y de uso distendido para aterrizarnos en los retos de una infraurbanidad camuflada por la bambalina de turno. Y como buen guayaco de a pie y de frente, Velasco se apalancaba en la ironía para hablar claro. No es una coincidencia que dos de los personajes principales tenían limitaciones sensoriales para conectarse fluidamente con el entorno. Pero la sordera y el estrabismo de estos casos se refieren también a la falta de enfoque de los tenedores del poder. Hoy, al igual que hace tres décadas, una gruesa mayoría de autoridades ni escucha ni ve bien.

Hay cosas que el tiempo no logra torcer o enderezar y Guayaquil siguió pariendo cronistas Al igual que las novelas y cuentos de Velasco, las obras de Jorge Martillo Monserrate y de Fernando Artieda también son postales guayacas a prueba de calendario. Y son pinceladas de pura verdad y sentimiento porque se trazaron desde dentro del vientre.

Escribo esta columna pocas horas después de haberme enterado de la muerte de Eliécer Cárdenas, quien irrumpió oportunísimo con un tesoro el mismo año en que Ecuador volvía a la democracia. Pero “Polvo y Ceniza”,  de la misma forma que “El rincón de los justos”, es un membrete de una lección mal aprendida; ambos son restos de la memoria escolar y de un sistema educativo construido sobre lo obligatorio.

Nos encanta volcar las culpas y disparar nuestros dardos cotidianos a políticos, periodistas y empresarios pero la mayoría de nosotros también practica ese mismo ejercicio de indiferencia. Y en el caso de la literatura, pasamos de largo frente a nuestros escritores. Velasco y Cárdenas captaron la invisibilización como parte de la marginalidad y terminaron muchas veces relegados a lo anecdótico.

Las palabras son siempre el mejor camino. Encontrar el sendero de los escritores que auscultaron nuestro ADN urbano y cultural nos conduciría sin duda a un lugar menos superficial. Quizás sus historias no sean espejos en los que a todos les guste mirarse pero son estas ficciones de vanguardia las que recrean lo que fuimos y lo que seguimos. Cuando leí “El rincón de los justos” pensé: Guayaquil es un lugar en el mapa. El que realmente late allí dentro es Matavilela. A veces, sigo creyendo lo mismo.   

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