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El Telégrafo

Mareo neoliberal

21 de enero de 2013

A veces se vive la sensación de que lo peor del pasado regresa y convive con el presente y da como producto una mescolanza comprensible pero inaceptable de propuestas que rayan en los más vacío, hueco y casi absurdo. Muchas de esas propuestas están más llenas de emotividad y revancha, que de posibilidad de alguna  realización.
 

Por ejemplo, por ahí se escuchaba a alguien proponer -como una vía a generar empleo- la flexibilización laboral. Y la propuesta se la presenta como nueva, “innovadora”, y sustentada en la idea ideológica del “emprendimiento”.  El resultado es el regreso electoral de las propuestas neoliberales: libre mercado, tratados de libre comercio, privatización de empresas públicas, etc. Claro que ahora toman nuevos términos que se ajusten al tiempo electoral.

Por otro lado, surgen los viejos analistas que defienden una libertad e hiperindividualismo que nadie termina de entender a qué se refieren. Y junto a estos ejes, está el llamado a la moral y el “buen comportamiento” de las personas; llamado que mezcla las esferas de lo público y lo privado. Entonces, bien se puede declarar que se firmarán tratados de libre comercio con cualquier país y condenar a los homosexuales y lesbianas por estar viviendo en pecado. Y es ese moralismo el que atraviesa las propuestas y nutre la revancha política; se puede ser militante de la ultraderecha cristiana y exaltar el libre albedrío del individuo, pero como consumidor.

Una mezcla entre catolicismo conservador y protestantismo económico: exigir que se cumplan las reglas del buen comportamiento moral pero abrirse a vender sin restricción la fuerza de trabajo social al peor postor empresarial.

Buscan estas propuestas un modo de movilidad social, pero hacia abajo, es decir, ahondar la diferenciación social en el marco de los ingresos, propiedad y creencias. En el mundo de las creencias morales, bien pueden coexistir en una iglesia y compartir sus momentos de fe aquellos que afuera de sus puertas se ven radicalmente separados por estatus, clase, casta o estamentos. En el acto de la fe se puede ver-aparentar estar juntos, sentarse juntos aquellos que están en los límites hacia arriba y hacia abajo del estrato social. La moral los une bajo la imagen de que son iguales.

Este doble momento se consolida con la idea que de compitiendo -en condiciones asimétricas- podrán encontrarse y reconocerse como iguales, es decir, con semejantes capacidades de adquirir bienes y servicios, no importando si son superfluos. Y de estos campos dobles de moral y economía, salen muchos de los candidatos y sus ofertas.

Y la base es lo “anti”, una cruzada de moralización económica de lo popular, que hará de los ecuatorianos buenos competidores; y donde el mercado sea el núcleo integrador de la sociedad, claro bajo el icono falaz de la familia “única”: papá, mamá e hijos. Esa familia perfectamente capitalista, hipócrita y pacata.

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